Confieso
que no estoy en condiciones de dar una opinión fundada acerca de si es
precipitada o no la decisión de ir relajando el confinamiento total con un
retorno gradual de la actividad. Hay quien ha dicho que es una temeridad y
quien sostiene lo contrario. No tengo la menor preparación ni la formación para
llevarle la contraria a los unos y a los otros. La cosa, además, se me complica
cuando especialistas en la materia no coinciden sobre el particular y, peor
todavía, en estos tiempos de comunicación veloz son incapaces de llegar a un
consenso en la materia. No parece que se hayan esforzado demasiado.
Me
atrevería a opinar, con toda la cautela del mundo, sobre algo que me llama la
atención. Tengo por falso el siguiente
razonamiento: se haga lo que se haga debe tener como objetivo la compatibilidad
entre la salud y la economía. No estoy de acuerdo porque quien decide la
´compatibilidad´ no tiene una posición
neutral. Y mucho me temo que esa compatibilidad se hace en base a la siguiente
ecuación: ¿qué es más costoso para la economía esperar a que esto escampe o asumir
las muertes calculadas que podrían darse por culpa de subir ya las persianas?
Una ecuación terrible, pero que no es la primera vez que se plantea. Es la
ecuación madre de todas las guerras que en el mundo han sido. De ahí que
debería partirse de la siguiente máxima: «Primum vivere deinde oeconomia».
Primero
vivir, después la economía. No se trata, pues, de establecer unas
compatibilidades sino de situar la prioridad. La prioridad y no las prioridades:
la salud pública.
Sería
cuestión de revisitar a Max Weber para encontrar
alguna pista en su libro El político y el
científico. Y ver qué nos enseña y, sobre todo, qué insinúa en la relación
–para ahora mismo-- entre el político y
el técnico. Lo es, me atrevo a decirlo con desgana, porque me da la impresión que, en algunos
lugares, el experto y el político-agitador
han ido de un sospechoso bracete. Más todavía, una alianza a la
remanguillé al servicio de una ideología, y en función de un partido o
movimiento o cofradía mística.
Lo
que es el colmo de la desvergüenza es la postura del Govern de Cataluña: de un
lado, clama por la continuidad del confinamiento y califica la decisión de Pedro Sánchez de abrir un poco la mano como una
«temeridad»; y, de otro lado, las empresas de propiedad de la Generalitat
–entre otras Comforsa-- abrirán mañana, martes.
Gentuza, ya sé que es una expresión poco elegante, pero entre el rigor y la
prosopopeya me quedo con lo primero. Gentuza, pues.
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