Ayer
mismo dijimos, por boca de Thomas Piketty,
cuatro cosas bien dichas sobre el vínculo entre cambio climático y
desigualdades sociales. Sobre tan importante reflexión es preciso seguir
hablando, especialmente de las enemistades que concita el hecho de
compatibilizar justicia social y cuestión medioambiental. Algo que motivó
análisis y propuestas de gente tan seria como Enrico
Berlinguer, Enero de 1977, Pietro Ingrao y Bruno Trentin. Ninguno de ellos fue profeta en su tierra política con relación a este gran
problema.
El mismo Berlinguer pudo ver que su Discurso sobre la austeridad no
quería ser entendido ni por sus más directamente allegados; tres cuartos de lo
mismo le ocurrió a Ingrao, y Trentin se percató bien pronto que su metodología
de las «compatibilidades» se la pasaban
por la cruz de los pantalones los internos, los externos y los
mediopensionistas del sindicato. Muy pocos –se pueden contar con los dedos de
una mano-- acompañaron a Berlinguer,
Ingrao y Trentin (no exactamente coincidentes) en sus propuestas. Así pues, las
enemistades se consolidaron y extendieron. Hubo un momento en que la cuestión
ambiental que encarnaban los partidos ecologistas parecía darle un giro al
problema. No hubo tal porque marginaron la lucha contra las desigualdades.
Las
enemistades persisten. La relación directísima entre cuestión medioambiental y
cuestión social o se aborda globalmente o todo quedará en un perifollo. Desde
la «cueva tribal», en acertada expresión de Antoni
Puigverd, sólo se hará política de campanario. Precisamente ese es el
problema: quienes han de aplicar las decisiones de la Cumbre, que se está
celebrando en Madrid, son grupos dirigentes que todavía hacen política en clave
no global. Más todavía, la clase política (ya sea en el gobierno o en la
oposición) que podría abrir camino tiene una formación cultural anterior a la
globalización. Es, por así decirlo, pre—globalista.
Las
enemistades ultras. Ya veremos qué decisiones
adopta la Cumbre. De entrada torcemos el morro: no asisten EE.UU. que, en su
día, se desvinculó de la Cumbre de París. Tampoco China y el Reino Unido. Mal vamos. En todo caso, este magno encuentro
mundial se desarrolla en un contexto de efervescencia de movimientos
nacionalistas de marcado acento neopopulista, que niegan a machamartillo el
cambio climático. Algunos de ellos están en importantes gobiernos. En el Reino
Unido, con posibilidades de arrasar en las próximas elecciones.
Las
enemistades beatas. Serán todos aquellos sujetos que, deseando intervenir y solucionar
el problema, mantengan una personalidad y un carácter que no sólo no ayude en
esa dirección sino que, encima, la agrave. De ahí la necesidad de que el
sindicalismo, por ejemplo, sea un sujeto conscientemente global. A estas
alturas, el sindicalismo «nacional» es un inconveniente.
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