sábado, 30 de noviembre de 2019

Ciudadanos en los establos de Augiás




Hay partidos que, queriendo o sin querer, trabajan para su propia competencia. Ciudadanos es uno de ellos. Surgió en Cataluña adjudicándose el monopolio de la lucha contra el nacionalismo. El núcleo fundacional estaba conformado por intelectuales y funcionarios, que se sentían agraviados por las viejas formaciones de la izquierda catalana. Su primer dirigente fue un mirlo blanco al que, posiblemente, sus compañeros pensaron instrumentalizar. El nuevo partido afirmó tener un programa socialdemócrata. Es curioso: el primer traje del partido de Jordi Pujol –aquella Convergència democràtica de Catalunya, palo del pajar--  fue socialdemócrata, «a la sueca», aclararon.

Ahora bien, sea por razones de subsistencia –o de cualquier otro tipo de conveniencias--  fue eliminándose el aroma socialdemócrata y el partido admitió, mutatis mutandi, el moho de la derecha en su escudo de armas. Eso sí, se atribuyeron el perfume de la derecha civilizada y constitucionalista con vocación de regeneracionista. El centro equidistante de la caverna y de la izquierda. El principal capital de este partido era su primer dirigente, Albert Rivera. Ser de Ciudadanos equivalía a tener postín.

Albert Rivera tenía urgencias históricas. Mucha prisa. Y, todavía con los dientes de leche, se le figuró que podía provocar el sorpasso. Dicho entre paréntesis: la prisa y el sorpasso han desfigurado la cara de más de uno. «Tenim pressa», dijo un procesista, y el pobre acabó con la pata quebrada. «Daremos el sorpasso», pensó otro y se quedó con las ganas. Albert Rivera –hemos dicho--  tenía mucha prisa. Y, como también había ideado su particular sorpasso, fue ampliando su perímetro y anexionarse muchos miles de marjales de la derecha. Hasta que finalmente Ciudadanos acabó siendo sinécdoque de la derecha. Pero no sólo de la derecha de pexiglás, también de la más rancia: la que confunde el mito de la Caverna con el mito de la Taberna.

Así las cosas, el riverismo ha sufrido una fortísima humillación electoral. Tanto estercolar el terreno de las derechas para acabar como el gallo de Morón. No ha habido ninguna conspiración para acabar con el riverismo; él mismo ha sido su propio ejecutor.

Pues bien, tras la hecatombe, el nuevo grupo dirigente de la finca, ahora convertida en un chamizo,  repite los mismos códigos que le llevó al precipicio. Que se concreta, de momento, en dos cuestiones que, de menor a mayor gravedad, serían: impedir la formación de gobierno y dar su apoyo, junto al Partido popular, para que Vox acceda, no sólo a la Mesa, sino a la Vicepresidencia del Congreso de los Diputados.  Lo dicho, el post riverismo también trabaja para el inglés.   Ciudadanos ha acabado instalándose en los establos de Augiás.

P/S.---  Pongan atención los que en política trabajan para la competencia cómo pueden acabar.     

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