domingo, 20 de octubre de 2019

La ´traición´ de Gabriel Rufián




Séame permitida la licencia: «los hijos del revolcón devoran a sus propios padres». Al mismísimo Gabriel  Rufián los hijos del revolcón le han expulsado de una manifestación (pacífica, faltaría más) bajo un torrencial chillerío: «traidor y botifler». Ahora ha dejado de ser de los nuestros  y pasa a ser un charnego de diseño. Ahora le llaman Rufián i Lleida. El independentismo movimientista ha dado de baja de sus filas a don Gabriel. Pero la ley del equilibrio térmico ha restablecido las cosas: Matteo Salvini, ayer mismo, fue aplaudido a distancia por el independentismo. Con lo que la mancha de la mora con otra verde se quita.

Gabriel Rufián, al que hemos puesto pingando en repetidas ocasiones, está en un momento de reincidente lucidez sobrevenida.  Está repitiendo ad nauseam que «nada justifica el uso de la violencia: ni la unidad de España, ni la autodeterminación de Cataluña». ¡Sea anatema!, han gritado los archimandritas del independentismo, guardianes de las herrumbres de la ortodoxia.   

La voz de Rufián es valiente. Especialmente porque no está claro que represente íntegramente a ERC que acostumbra a seguir las enseñanzas del apóstol Mateo: que tu mano derecha no sepa lo hace la izquierda. ERC es la expresión contemporánea de la tradicional postura de la «puta i la Ramoneta».

Voz valiente, si tenemos en cuenta  que Rufián no tiene en su partido mando en plaza. Un partido que sigue siendo un conjunto de retales en torno a un equipo dirigente tan diverso y deslavazado como sus propias bases.

De momento Rufián ha sido sentenciado por el independentismo (sector Intemerata), bajo el lema «El que cambia no debe seguir vivo». Que han copiado de aquel personaje, Megera, que aparece en la escena de La Sala espaciosa, del Fausto, de Goethe.  Que un servidor ha podido disfrutar gracias a la versión castellana de José María Valverde.  



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