De
momento el independentismo tradicional, en sus congregaciones políticas y
movimientistas, ha perdido el control de la movilización contra la sentencia
del Tribunal Supremo. La dirección de lo
que más estridentemente se mueve está en manos de grupos aparentemente
incontrolados. Del pacifismo de las sonrisas se ha pasado al fuego. En
Barcelona 250 hogueras ha contabilizado el consejero de Interior Miquel Buch. El kumbayá se
ha traslado al incendio del mobiliario urbano. Dato de interés: en todas estas
movilizaciones los gritos predominantes (mejor dicho, únicos) no han sido de
solidaridad con los presos, ni denuncia contra la sentencia. En ellos, además,
el enemigo principal eran los Mossos de l´Esquadra.
Se oyeron, además, numerosos graznidos contra Buch y la jefatura de la policía
autonómica. Torra sigue negándose a desautorizar tan vandálicos actos. Sigue
sin apoyar a su policía. (A últimas horas de la noche, cuando ya no quedaba
mecha para arder, desautorizó melifluamente a los violentos, a los que llamó
«infiltrados»).
No
es para tomárselo a broma. Lo que está sucediendo es grave. Digámoslo con
claridad: los aparentemente incontrolados están perfectamente organizados en
una clandestinidad conocida y autorizada, al menos, por el vicario Quim Torra: mitad monje,
mitad soldado. Más todavía, sabemos de muy buena tinta (con la edad se van
teniendo muchos palillos) que la división en el govern es de tal calibre que,
ayer mismo por la mañana, un grupo de consejeros pactaba el apoyo a Buch y a la
dirección de los Mossos con la idea de interferir que Torra se dirigiera
directamente al cuerpo. Mientras tanto, éste --armado de ardor guerrero --formaba
parte del piquete andariego cortando la autopista, acompañado de aquel Ibarretxe infausto
lehendakari. Entiendo que es un gesto de airada respuesta al gobierno vasco y
al PNV que sigue sacándole los colores a los responsables del procés y sus postrimerías.
No
sean ustedes ingenuos: estos aparentemente incontrolados, organizados en
conocida clandestinidad, tienen un objetivo, que –como hemos dicho en
anteriores ocasiones-- no tiene nada que
ver con la suerte de los políticos presos. Tienen un diseño político claro:
hacer que la actual situación catalana sea irreversible, impedir que, tras las
elecciones generales próximas, la representación política del independentismo
vote la investidura de un presidente pactista. Lo que pasa porque el
independentismo de sang i fetge sea
hegemónico en Cataluña. La situación, de momento, continuará tres cuartos de lo
mismo.
O
sea, movilizaciones que, con el tiempo, serán cada vez menos numerosas, pero
más estridentes: las pacíficas velas votivas irán desapareciendo para dejar paso a las
hogueras. Con la idea de quebrar el pulso del Estado. Todavía ignoran que
aunque el Estado tiene los siglos contados, el independentismo ya tiene los
años contados.
En
todo caso, en la prisión algunos quizás se pregunten por el significado de las
palabras de Fausto, dialogando con los doctor
Wagner: «Lo que se necesita, no se sabe, / lo que se sabe, no se puede usar.»
Así reza la primorosa versión castellana que hizo el profesor José María Valverde.
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