Ese
Quim Torra ha
declarado que se está pensando si se presenta a juicio por el caso de la
desobediencia a quitar los lacicos amarillos del balcón del Palacio de la
Generalitat. Nuestro contumaz bronquista
–mitad monje, mitad caricato-- ha vuelto
a soltarse el pelo. No le digan audacia, llámenlo temeridad. No es osadía, sino
pérdida del oremus. Ahora bien, desde dicha temeridad el disparate tiene unos
objetivos: calentar motores para la Diada que, según sus organizadores, no esté
en sus mejores momentos. Por lo tanto hay que tensionar la cuerda y ya se verá
lo que salga.
Más todavía, Torra debe tapar la desautorización que le ha hecho
su propia consejera de Empresa y Conocimiento, Ángels Chacón, con motivo de que
aquel era partidario de la huelga general contra la sentencia del Supremo que
ha juzgado a los dirigentes independentistas. «Ya basta de discursos
simplistas», le está llamando lelo, rematadamente bobo. Sigue la consejera:
«Hemos de tener cordura», parece pedir que le pongan a su presidente una camisa
de fuerza. Y misteriosamente añade lo siguiente: «¿De qué vive quien lo propone
(la huelga general)», que solo Dios en su infinita sabiduría sabe a qué se
refiere la consejera. Con estas palabras ácidas de un miembro del govern Torra necesitaba
soltar una gigantesca pata de banco: estoy pensando en que no acudiré al
juicio.
Con
este personaje nefebilata no puede uno aventurarse a establecer hipótesis
alguna. O sea, que puede no presentarse a juicio o acudir con mansedumbre al
banquillo. Lo veremos, y ya diremos el qué. En todo caso, algo hay claro: no
estamos ya en un estado de deterioro de la institución sino en su momento más
álgido de podredumbre. La que provoca un desequilibrado con denominación de
origen.
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