Vuelta
de tuerca por parte de Pedro Sánchez. Ayer exhibió en Palma de Mallorca su
desconfianza hacia Pablo Iglesias. Es un
gesto sobrero porque es cosa tan sabida como que los ángulos internos de un
triángulo suman 180 grados. Tamaña desconfianza es conocida por las nuevas
versiones de los suevos, vándalos y alanos. De ahí que la redundancia de Sánchez no aporta novedad alguna. Eso sí,
añade más grados de calor en estos días de cabañuelas. Porque la piel de
Iglesias es extremadamente fina, a pesar de ser de Vallecas. Iglesias sólo
admite piropos: lo contrario lo entiende como una interferencia en el proceso
de su beatificación.
Reflexionemos:
¿tiene utilidad que Sánchez afirme que no se fía de Pablo Iglesias el Joven? La
misma que se desprende de que Pablo repita que desconfía de Pedro. O sea,
ninguna. Ninguna utilidad política. En cambio, dicho por Sánchez, que está en
puertas de otro intento de investidura,
parece poco prudente. Una imprudencia que raya, en mi opinión, en el
error. Ahora bien, Sánchez no es conocido por su imprudencia, por lo que –así
las cosas— digamos que las
declaraciones han sido a cosica hecha.
Adrede. Por lo que nos maliciamos que, salvo intervención directa y de oficio
de Santa Rita, no habrá investidura exitosa. En
suma, menos documentos de firmas y más plegarias a Santa Rita, abogada de los
imposibles.
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