A don Marcelino Menéndez y Pelayo se presentó en cierta
ocasión un quídam que deseaba conocer ciertos detalles de la Biblioteca
Nacional que don Marcelino no pudo suministrarle.
El impertinente se atrevió a decir al ilustre sabio:
El impertinente se atrevió a decir al ilustre sabio:
- Pues debería saberlo. El Estado os paga para que lo sepáis.
- Disculpe usted -dijo, afable, Menéndez y Pelayo-. El Estado me paga por lo que sé. Si fuera a pagarme por lo que no sé, no bastarían todos los tesoros de España.
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