Ha
pasado un año desde que Torra
fue investido presidente de la Generalitat de Catalunya. Un año de inacción
institucional, que se ha caracterizado por reacciones espasmódicas ante y
contra España. Un año de artificios
retóricos y palabrería huera. Un año perdido que ha servido solamente para
acumular ridículos al por mayor. Fracaso, pues, en tierra, mar y aire.
Francesc—Marc Álvaro,
hombre de letras, independentista pata negra, nos cuenta en La Vanguardia que
todo el mundo habla mal del gobierno de Torra y especialmente los propios
miembros del gabinete. Un gobierno que, según el periodista, no tiene cohesión.
Nosotros diríamos que es un conjunto de tapas variadas que no conforma un menú.
Cada cual va a la suya, compitiendo en molicie y desbarajuste. Una olla de
grillos. Pura lógica: el carácter vicario de Torra y sus quídams con relación
al hombre de Waterloo hace que haya correspondencia, vale decir, que a un
inepto Puigdemont se corresponde con la zahúrda de Torra.
Por
cierto, me informan de la última decisión de Waterloo. Todos los pactos
municipales donde esté presente cualquier franquicia post convergente deberá
ser aprobada por Puigdemont. Poca faena tendrá.
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