lunes, 13 de mayo de 2019

Pelea de campanario por los lazos amarillos




Verges, provincia de Girona. Domingo 12 de abril, o sea, fiesta de guardar. La pequeña villa está repleta de lacicos amarillos que ha colgado la feligresía del independentismo mágico, recordando que fuera de la Iglesia no hay salvación. Lo que no es del agrado de un nutrido grupo de forasteros iconoclastas –igualmente garrulos-- que se dedican a desmontar la simbología. Choque de credos, cada bando con su propia fe de carbonero. Grotesca batalla campal. Situación esperpéntica que, entre los hunos y los hotros, estén asalariados defendiendo su particular política de campanario. Cada bando al servicio de los capataces de los señoricos que les explotan. El color amarillo en vez del rojo de los hunos contra el color gualda de los hotros, que tampoco llevan el rojo en la solapa. Victoria de los señoricos.

La coincidencia, sin embargo, entres ambas banderías es evidente: ¿por qué  hablar si podemos liarnos a hostia limpia entre nosotros? ¿para qué sentarnos a  razonar cómo defender nuestras reivindicaciones por un convenio mejor si lo que está en peligro es la salvación del alma inmortal de la patria?

Santi Vila, ex consejero de la Generalitat, hoy convertido en mosquita muerta, ya lo dejó claro en su momento: «Los recortes sirvieron para tapar el procés». A lo que, en lógica consecuencia --añadimos nosotros--  el procés ha servido para que una parte de  los de abajo se enrolen en banderas (trapos, a fin de cuentas)  que acaban siendo banderillas que se clavan en el lomo ya sea de los hunos, ya sea de los hotros. O de todos en general.

Verges o un conjunto de mentecatos que se dan de palos entre sí en vez de ir a tomarse unas cañas.




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