Toni Comín es un
empecinado excursionista. De muy mozuelo
aparentó militar en los jóvenes de Iniciativa per Catalunya; no mucho más tarde
fue fichado para Ciutadans pel Canvi, la plataforma que construyó Pasqual
Maragall; a continuación ingresó en el Partit dels Socialistes de Catalunya y
con posterioridad da el salto a Esquerra Republicana de Catalunya. Ataviado con
chirucas y anorak nuestro joven Comín va buscando la estrella Polar cada vez
más a estribor. Chocante este viaje iniciático que oscila desde los
planteamientos de la ética de la liberación universal a la teología de
campanario nacionalista.
Nuestro
personaje, no obstante, entiende que su excusión está incompleta: queda
suficiente itinerario para ensayar nuevas adhesiones. Y, mutatis mutandi,
vuelve a soltar amarras y viaja de nuevo. Esta vez al grupo que lidera el
hombre de Waterloo.
De
sus primeros pasos favorables a la cuestión social, línea franciscana, ha
transitado desparpajadamente a abrazar la compañía de un totum revolutum de
libertarianos (no confundir con libertarios), neoliberales, poujadistes y otras hierbas del etno
populismo catalán. De los fraticelli de
Ubertino da Casale a convivir con los apóstoles de Hayek.
¿Cambio
de ideas en esta inquieta cabeza excursionista? Puede ser. Pero hay algo que
denota la mutación política de este caballero. Cada giro ha estado presidido
por su inclusión en una lista electoral con posibilidades de salir elegido.
Ahora, el hombre de Waterloo le ha puesto el dedazo y le unge en las listas de
las europeas. Con lo que el viejo dicho santaferino de «dame pan y dime tonto» podría
–digo podría, en condicional—
acercarse a esa situación tan versátil.
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