Javier Tébar Hurtado
Hace
ya unos años, durante una mañana soleada y bochornosa, tomaba un café y
conversaba con Ángel Abad Silvestre en una
avenida que delimita el Puerto de Barcelona, y que hoy es una costura trasera y
reciente en la historia del barrio de la Barceloneta. Ángel –uno de los padres
fundadores de Comisiones Obreras-- es
una esas figuras de la lucha por la democracia y por su construcción concreta desde diferentes campos
(político, sindical, cultural, periodístico, formativo y editorial) de las que
este país desmemoriado suele echar en el olvido con chocante facilidad. Pero,
tal vez, su mejor presentación, según recuerdo ahora que contó, es la que
hiciera de sí mismo allá por los años sesenta, antes de ser detenido durante el
estado de excepción del que se han cumplido recientemente 50 años, e iniciar un
periplo presidiario en que estuvo acompañado por su mujer, Pilar, y por su
hijo. En aquellos años fue el filósofo marxista Manuel
Sacristán quien le recibió en su casa, junto con otros compañeros,
durante una entrevista propia de la clandestinidad de entonces y le preguntó a
Abad qué sabía hacer en relación a la política: “Soy analista de las
condiciones objetivas”, contestó Ángel con indisimulado desparpajo.
Desde
entonces suelo recordar esta frase, pero también otra que deslizó durante
nuestra conversación veraniega y que, siendo obvia, no deja de tener un fondo
que con frecuencia revolotea cuando uno quiere analizar las “condiciones
objetivas” de la situación en las que vivimos hoy. Abad me comentó: cuando uno
mira, como ahora hacemos tu y yo desde esta terraza, el paso de los semáforos,
el tránsito y los códigos que las personas interpretan y entienden – ¡No pasar,
si está en rojo, claro…!-, ceder la acera, saludarse con unos buenos días, te
das cuenta que, según y cómo, lo previsible sería todo lo contrario: pasar en
rojo, gruñir al otro, interponerse en el paso y soltar toda la mala hostia que
uno puede tener. Entendí que me hablaba de qué frágil pueden ser aquellas
convenciones de las que la sociedad se dota para organizarse y funcionar, casi
siempre en un equilibrio inestable.
Rememoro
aquella escena porque hoy se extiende una percepción en las sociedades europeas
y, con sus particularidades, en la española de fragilidad y desorientación
respecto a cómo organizarse y funcionar, a qué códigos e interpretaciones
comunes nos acogemos a la hora de actuar. Esta es una sensación sobre la que en
reiteradas ocasiones se nos dice que nos sitúa ante una crisis de época, pero
también ante un aldabonazo respecto a la posibilidad de imaginar un futuro
distinto al presente. De incapacidad, supuestamente, para hacerlo. De
imposibilidad de ofrecer un horizonte de alternativa global al mundo al que,
según algunos discursos, estamos condenados a habitar. En algunos momentos esta
sensación se expresa a través de una cierta actitud de indiferencia que, en
palabras de Antonio Gramsci, constituye el peso
muerto de la historia. De ahí que, más allá de propuestas y reformas concretas
y necesarias seamos capaces de revertir un “estado de ánimo”. La capacidad de
construir e imaginar un horizonte distinto y posible.
Este rechazo
de la indiferencia y del fatalismo es lo que mueve una iniciativa como los
Diálogos Andalucía y Cataluña, cuya segunda edición tendrá lugar los próximos
días 5 y 6 de abril, en el Palau Macaya. Esta es una iniciativa organizada por
intelectuales, profesionales, miembros de diferentes organizaciones de la
sociedad civil tanto catalana como andaluza, contando con el apoyo de
asociaciones culturales, grupos de reflexión y del mundo sindical, patronal y
universitario.
Lo
que ha guiado esta iniciativa es el compromiso ético y civil, ético-civil, de
un grupo de personas para las que la indiferencia es un lastre que soltar. Les
ha movido no tener miedo al debate razonado y tratar de reunir a las voces que
van sumándose a un diálogo nuevo cuyo fin, como es lógico, sería contribuir
hasta donde se pueda a hacer posible un clima necesario que facilite las vías
de negociación, pacto y acuerdo. Este tipo de iniciativas hoy pueden constituir
pequeñas utopías, los “pequeños grandes cambios” que parecen imprescindibles y
que en nuestra opinión son urgentes. Desde luego, lo son en el mundo y me
refiero al mundo globalizado en el que vivimos. La indiferencia y la fatalidad
son dos pesos muertos de la historia a combatir. No podrá hacerse desde un
optimismo sin sustancia, desde luego. Si la fórmula puede darla una combinación
adecuada de optimismo necesario y cierto grado de escepticismo obligado, de lo
que seguro que requerirá es de analistas de las “condiciones objetivas”.
Referencias
https://www.eldiario.es/tribunaabierta/voces-nuevo-dialogo_6_883021710.html
por Javier Pacheco y Joan C. Gallergo
Javier
Aristu: https://encampoabierto.com/2019/03/31/dialogo-o-confrontacion/?fbclid=IwAR1TJvEPbGwslUAbPHcYhRgmlqx2nk2HOpyPd_veUw2ifb2jtPCOrfLAxSc
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