Estamos
en la enésima trifulca en el independentismo catalán. Los diez cañones por
banda del velero bergantín que antes apuntaban contra el enemigo común ahora se
disparan entre sí. Es la respuesta a los gritos de «¡unidad, unidad!» de este
fin de semana. Ya se sabe, las
consecuencias de tales consignas duran lo que tardan en pronunciarse. Por lo
demás, dichas apelaciones son la constatación de que el plato está roto y bien
roto.
Las
recientes declaraciones de Oriol
Junqueras a un rotativo francés han pillado a Carles Puigdemont con los meados en el vientre. Un mazazo en la boca
del estómago del hombre de Waterloo. Junqueras, el santo Job del
independentismo, ha estallado: «Sócrates, Séneca y Cicerón tuvieron la
posibilidad de huir pero no lo hicieron». Lo que es rigurosamente cierto, al
menos en el caso de Sócrates, según dijeron Platón y Jenofonte.
Esta
enésima trifulca tiene una novedad, cualitativamente más contundente, que las
acusaciones que se han cruzado anteriormente. En primer lugar, no es un dardo
que genéricamente hace uno u otro partido sino una acusación en el terreno de
la ética y la moral. Son los dos jefes de filas los que se ponen en entredicho.
Puigdemont huyó cobardemente sin informar a nadie, ni siquiera a su vicepresidente,
Junqueras. Puigdemont se encuentra en la intimidad del fuego del hogar mientras
el patriarca Job está a racaudo del juez
Campeador. No es, pues, un dardo, es una acusación en toda la regla. De
cobardía. Es como si el capitán del Titánic fuera el primero en abandonar el
barco.
Podría
haber alguien que dijera que ha empezado ya la operación de capitalizar el
martirio. Sea como fuere, el caso es que Junqueras parece que ha escogido el
momento de soltar el petardo. Perdón, algo más que un petardo. Lo dicho: en el
terreno de la ética y la moral.
Dará
mucho que hablar el «J´ acusse…!» de
Junqueras.
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