Cataluña
vive una situación realmente grotesca. La guinda se ha puesto en Waterloo. Carles Puigdemont ha puesto
en marcha el llamado Consell Nacional per la República. A la diestra de
dios-padre se sentará Toni
Comín, perejil de salsas de difícil digestión. Un personaje que es la
garantía acreditada de que donde pone el ojo surge el estropicio.
Sin
ningún tipo de empacho, ni legalidad, dicho consejo se auto legitima como el
primer organismo institucional de Cataluña. Para mayor estupor de la gente
sensata, el tal Consell se presentará en el Palau de la Generalitat el próximo
día 30 de Octubre. El presidente vicario le rendirá pleitesía en uno de los
salones del Palau.
Primera
hipótesis: en Waterloo, la casa de la república catalana lucha por no ser
desahuciada por la invisibilidad, afirma con sorna Sergi
Pàmies. A costa, podríamos
añadir, de aumentar la madre de todos los quilombos. Segunda hipótesis
provisional: el Consell de marras intenta indicar que el hombre de Waterloo es
un valor con el que el independentismo tiene que contar a todos los efectos. Ahora
bien, su aparición en la tramoya política se produce cuando el independentismo
aparece públicamente dividido en diversas banderías. Más dividido que nunca. La
pintoresca CUP le ha puesto la proa a Quim Torra, Esquerra se entiende mejor con Pablo Iglesias que con Puigdemont y el PDeCat, la
enésima versión del consorcio convergente, está en pie de indignación por la
aparición del nuevo partido, la Crida,
hecho a imagen y semejanza de Waterloo.
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