Los Comunes
son una organización un tanto chocante. Cada dos por tres se ve zarandeada por
la presentación de manifiestos, un ejercicio al que recurren los primeros
espadas de sus diversas facciones. En principio diremos que los manifiestos que
se han publicado hasta la presente tienen poca cosa en común. Hace meses el
grupo federalista hizo conocer sus opiniones; ahora son los soberanistas
quienes hacen su puesta de largo. Los unos y los otros convivían
civilizadamente, aparados ambos por la ambigüedad del grupo dirigente, que
siempre hizo mangas y capirotes para que el agua no se saliera de madre. Tal
vez sea esa constante equivocidad la que llevó al profesor Xavier Doménech a dejar el
timón de la nave. Ahora todo se aguanta –o parece aguantarse-- por la mano de Ada Colau.
No creo que se rompa la organización. Al menos por
ahora. Por una razón: el sector federalista, nutrido por gente que ha vivido
mil batallas, sabe por experiencia propia, el significado de las rupturas que
en su universo han sido. En cada una de ellas han salido derrotados y, peor
aún, divididos. No habrá ruptura, tal vez. Pero el manifiesto soberanista les
pone muy difícil la convivencia, porque ahora, tras su publicación, adquiere
carta de naturaleza pública.
Por lo demás, ¿tiene consistencia, recorrido y
solvencia una organización donde un grupo dice pitos y otro flautas? Y no
precisamente en quisicosas sino en lo que corresponde a la madre del cordero?
El sector soberanista ha optado por la política de
campanario. El gori gori de sus campanas está tocando a muerto.
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