Nota.-- Este es el guión de la Conferencia
debate La sociedad del trabajo.
Una perspectiva histórica a cargo de Fernando
Díez Rodríguez, historiador y profesor jubilado de la
Universidad de Valencia.
Presenta y modera Juanjo Romero,
profesor de historia de la Universidad de Barcelona.
Actividad complementaria del Posgrado
Ideas y experiencias políticas transformadoras de la Universidad Autónoma de
Barcelona, con la colaboración de CCOO de Catalunya y Fundació Nous Horitzons.
24 de octubre de 2018, a las 17:30 horas. Sede de CCOO de
Catalunya, Via Laietana num. 16, Sala 42 (4ª planta).
Fernando Díez Rodríguez (1)
1 La sociedad del trabajo y
su primera construcción histórica en torno a la idea de utilidad. Las pasiones
y los intereses.
Una creación europea-occidental.
Precedentes históricos europeos en materia
de relevancia del trabajo. El precedente cristiano. El cristianismo como religión del trabajo.
La idea
moderna del trabajo y la de sociedad
del trabajo se forman, por primera vez, entre el último cuarto del siglo
XVII y finales del siglo XVIII.
Esta formación es un proceso complejo en
el que incardinan diferentes aspectos de lo humano en torno al trabajo y la
sociedad del trabajo: Económico
(“trabajo productivo” como fundamento de la creación de riqueza); Social (“sociedad útil” por oposición a
la “inutilidad” adjudicada a la sociedad estamental); Político (entre los objetivos del gobierno se destacan la
consecución de la riqueza y velar por la consecución de alguna forma de
felicidad de la nación); Moral
(consideración del primer capitalismo, “la
sociedad comercial”, como una “economía moral”, en la medida en que
favorece la creación de una ética de comportamiento en el terreno económico. Elevación
del trabajo y la laboriosidad a la categoría de valores personales y sociales).
En el marco intelectual de este proceso se
destacan los fundamentos utilitaristas-psicologistas.
Los
primeros se fundamentan en la idea del comportamiento humano que aspira la
felicidad y a la evitación del dolor y las penalidades. Choca con concepciones
tradicionales respecto al destino de la humanidad de tintes más o menos
pesimistas. Abren una flecha ilimitada a la posible consecución de estados
superiores de riqueza, felicidad, superación de los males, etc. Representa la
visión optimista de la Ilustración y mantiene una relación con la idea
ilustrada de progreso.
Los
segundos conforman una idea de la acción humana con un fundamento “natural” en
las pasiones y en su posible y necesario gobierno. Se asume
la fuerza psíquica de las mismas y
se complementa con la posibilidad de controlar
su combustión y dirigirla prudentemente a objetivos deseables. En este
contexto, aparece el “trabajo motivado o
animado” y el trabajador capaz de desarrollar laboriosidad. También la primera
teoría del consumo (teoría del lujo),
proclama la apertura de los trabajadores al consumo de bienes no estrictamente
necesarios (bienes de comodidad y de
emulación), y se explotan las posibilidades que esto tiene para la
motivación del trabajador (psicologización
del trabajador) y su incardinación activa en la economía de la nación.
2 La sociedad del trabajo
desde la idea del trabajo como profesión. El trabajo y los deberes.
Una
idea que se afianza a principios del siglo XIX y podemos rastrearla hasta
finales de este siglo. Hay una afinidad electiva entre trabajo profesionalizado y trabajo
artesanal.
El
trabajo como articulación de un modo de
vida, de una biografía con sentido,
de una cultura ocupacional, de una sólida incardinación económica, social y
política del trabajador.
El
trabajo como una fuente de eticidad
social, en la medida en que la profesión articula deberes profesionales.
Trabajo
vitalicio, super-fijo, con comunidades ocupacionales bien
establecidas y generalmente institucionalizadas.
Un grado alto de identificación entre el trabajo y la vida.
Visibilidad
e integración social y política de los trabajadores profesionalizados.
Reelaboración
de la idea de felicidad como satisfacción
de los deberes cumplidos. Honor social del trabajo profesionalizado.
Articulación de un ordenamiento de los trabajadores según grados de
profesionalidad y sus consecuencias sociales.
3 Trabajo y socialismo
anti-capitalista. Un mundo histórico diverso y contradictorio.
A Socialismo decimonónico. Una seria preocupación por el
trabajo: crítica del trabajo capitalista y alternativa de un trabajo realmente
socialista.
El
capitalismo visto como un poderoso agente de la reducción del trabajo a un trabajo simple, proletarizado (miseria material y moral), estrictamente subordinado y dependiente (falto de toda autonomía),
individualizado (desarraigado de
toda comunidad laboral).
El
socialismo visto como la recuperación de un trabajo humano, de corte artesanal, con la necesaria
combinación entre maquinismo y trabajo artesanal (manipulación, cualificación,
creatividad). Organización de la producción por los trabajadores mediante instituciones productivas autogestionadas.
Es el trabajo de la “Asociación obrera”,
movimiento socialista propio del siglo XIX. Se mantiene la escasa relevancia de
lo político, con un Estado de perfil débil y de tipo federativo, una
organización federativa de asociaciones y super-asociaciones de las
“asociaciones obreras de autogestión”.
El
socialismo vendría a refundar y
consolidar la sociedad del trabajo, mediante una propuesta crítica de
enmienda a la totalidad del capitalismo, que habría desarticulado profundamente
la sociedad del trabajo hasta ofrecer una mera caricatura de la misma. El
socialismo anti-capitalista vendría a refundar la verdadera y definitiva
sociedad del trabajo.
B Socialismo de orientación marxista (su relevancia social es tardía y su
papel dominante es propio de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo
XX).
Un profundo cambio de orientación en la
tradición socialista anti-capitalista. La “revolución científica” de Marx y la
nueva orientación del anti-capitalismo y, en consecuencia, del socialismo o
comunismo.
Un
importante pronóstico: inmediata pérdida
de toda relevancia histórica del trabajo
artesanal, convertido en una mera pervivencia
pronta a desparecer. Relectura muy elaborada, desde el punto de vista
teórico, del trabajo proletarizado,
su sustituto capitalista (teoría de la plusvalía
capitalista y trabajo proletarizado como el trabajo capitalista de referencia).
Concepción
“científica” del presente y del futuro del trabajo capitalista y del trabajo en
general: trabajo proletarizado, pauperización
obrera y lucha de clases; una
peculiar relación entre trabajo y socialismo o comunismo que rompe con la
tradición socialista anterior; una simplificación y reducción del trabajo al
concepto marxiano de “fuerza de trabajo”. Radicalización
de la relación negativa entre trabajo y tecnología (fuerzas productivas):
en el capitalismo: plusvalía indirecta
y radicalización del proceso de
proletarización; en el socialismo: la tecnología, en su nuevo desarrollo y
organización socialista, acabará con el trabajo (trabajo necesario) o lo reducirá a un mínimo marginal.
4 La nueva sociedad del
trabajo de la Segunda Revolución Industrial.
El
nuevo contexto del trabajo en las economías industriales capitalistas a partir
de finales del siglo XIX y hasta la década de los años 1980.
Producción en masa y consumo
de masas. Transformaciones económicas y culturales del gran calado que
rompen con las tradiciones, de todo signo, en materia de trabajo, propias del
siglo XIX.
Abandono radical del trabajo artesanal como realidad, de referencia o
meramente minoritaria de la forma laboral. Elevación del trabajo simple a categoría dominante y deseable del trabajo (taylorismo). Crisis profunda de la idea de proletarización y trabajo
proletarizado. Elevación de la tecnología
a una posición inmarcesible como expresión del enorme prestigio del
principio de cientificidad. Subordinación
completa del trabajo a la tecnología, bien como mero servidor de la misma,
bien como prescindible ante sus desarrollos.
Muy
significativos avances en materia de producción
y productividad. Cambios en materia
de retribución del trabajo y de
tiempo de trabajo. Aparición del consumismo
y poco después del hiperconsumismo.
Categorización
del trabajo de referencia en esta etapa como trabajo fordista, forma de trabajo característica de las sociedades
industriales de mediados del siglo XX. Trabajo fijo fácilmente vitalicio, con salarios
relativamente altos, con jornadas
reducidas si las comparamos con las propias de las sociedades occidentales
anteriores, vacaciones pagadas, sindicación con estatuto legal e integrada en
la empresa, convenios colectivos,
seguros sociales de tipo profesionalizado
(accidente laboral, enfermedad y pensiones de jubilación).
Progresiva
pérdida de presencia del socialismo anti-capitalista hasta su
práctica desaparición (segunda mitad
del siglo XX). Emergencia de las corrientes socialdemócratas que defienden un capitalismo socialmente regulado.
Descomposición endógena de los Estados comunistas y desaparición de los mismos.
Marginalidad de las teorías marxistas anti-capitalistas que jugaron un papel
importante tanto en la formación del socialismo ortodoxo marxista de la Segunda
Internacional, como en la exitosa divergencia marxista-leninista y sus epígonos
(caso del maoísmo).
5 La crisis de la sociedad
del trabajo, ¿mito o realidad?
A Una literatura sobre la drástica
reducción de la demanda de trabajo y el fin del trabajo. Una literatura en la que domina el “solucionismo tecnológico”.
Las
soluciones a la crisis definitiva de la sociedad del trabajo que se manifiesta
en este tipo de propuestas, se articulan frecuentemente en una especie de discurso “arbitrista” (solucionista).
La crisis del trabajo y de la sociedad del trabajo posibilitará un nuevo tipo
de sociedades en las que la nueva
“productividad” sin trabajo, una productividad inusitada, permitirá la
creación de sociedades desembarazadas de las preocupaciones materiales, y
abiertas a otro tipo de intereses, por ejemplo, comunitarios, altruistas,
ecológicos, culturales. Pasarían estos a ocupar el tiempo de una ciudadanía
para la que el tiempo de trabajo o no existe o se ha acortado drásticamente.
Poco se dice cómo se entiende esto: cómo se produciría la liberación de la
sociedad del trabajo, de manera más o menos igualitaria; cómo se produciría la
reconversión de los deseos, los intereses y las mentalidades que esta
transformación supondría. Se puede afirmar que asistimos un nuevo utopismo, el del solucionismo tecnológico.
Desde
ciertos sectores de la izquierda, se entendería que la nueva revolución
tecnológica y el fin del trabajo, ofrecerá el nuevo panorama para sustanciar el
viejo sueño del “trabajo libre” de Marx, la efectiva liberación del “trabajo
necesario”, marxiano, y la realización del ideal de bienestar y felicidad que
posibilitaría la eliminación de los requisitos limitadores de la vieja economía
productiva de tipo capitalista que, según el inveterado esquema, moriría de
éxito, precisamente al llevar las “fuerzas productivas” a un nivel de
desarrollo e innovación que ya no son conformes con las relaciones sociales de
producción en las que se asentaba.
B Otros análisis ven este asunto desde
una perspectiva histórica, o al menos sin perderla de vista. Desde esta perspectiva, cambios
estructurales importantes, variados y complejos, han cerrado el ciclo histórico abierto con la Segunda
Revolución Industrial (principios del siglo XX hasta los años 1980) y
terminan con las características propias de la organización del trabajo y de la producción propias de ésta. Un fenómeno
que no es nuevo, pues ya se ha repetido en la historia, por ejemplo, con
las transformaciones propias de la implantación de la primera Revolución
Industrial.
Los
cambios que ahora inciden en la organización de la producción y del trabajo, y
en el mismo concepto de trabajo, no sólo son los debidos a una nueva revolución tecnológica (electrónica, computadoras,
informática, internet, algoritmos, inteligencia artificial y robótica) y sus
efectos económicos y laborales, sino también a otros cambios muy novedosos: integración de las economías a nivel
mundial; diversificación muy acusada
de los mercados y de los bienes comercializados (ruptura con la estandarización); potenciación de corporaciones económicas transnacionales;
drástica reducción de la relación
espacio-tiempo en las comunicaciones, de todo tipo, a nivel mundial; interconexión humana y cultural del mundo
y los nuevos problemas específicos que acarrea; circulación global del conocimiento. Y, también, transformaciones
políticas de las cuales es importante señalar el debilitamiento del modelo político de larga trayectoria del Estado-nación, nacido de las
revoluciones modernas de finales del siglo XVIII y primer tercio del XIX.
El
efecto principal del nuevo ciclo histórico que se abre en materia de producción
y trabajo es el hundimiento de la
producción y el trabajo fordista, como referente de la segunda Revolución
Industrial, y la emergencia de un nuevo tipo complejo de producción, que rompe
con la uniformidad, la concentración y la estandarización, de la producción
fordista. Altera, igualmente, la organización en el sector de los servicios,
también regido por pautas fordistas. En materia de trabajo, el trabajo fordista
va dejando paso a la nueva forma de trabajo de referencia, que denominamos trabajo flexible y que responde a un
tipo de producción también transformado por su condición flexible.
Centrémonos
en el trabajo flexible como la nueva
forma del trabajo de referencia y pongamos en
entredicho aquellas visiones que dan por supuesto el fin del trabajo o la reducción
drástica del mismo como efecto de la revolución tecnológica de última hora.
Dicho de otra manera, lo que desaparecería no es el trabajo sino su forma fordista de referencia y lo
que vendría es otro trabajo, el
trabajo flexible propio del nuevo modelo productivo.
Trabajo
flexible es lo opuesto a trabajo sólido y estable. La flexibilidad se
opone a la solidez que encontramos en otras formas históricas del trabajo.
Entre éstas cabe destacar, el trabajo artesanal
clásico y el trabajo
profesionalizado. También el trabajo
fordista. Ciertamente, la cualidad de la solidez la adquieren estos
trabajos de maneras diferentes y con diferentes grados, dependiendo también de
los diferentes contextos históricos en los que se desarrollan.
El
trabajo flexible presenta una segunda característica importante que lo
distingue de otras formas anteriores de trabajo. El trabajo flexible tiende a la individuación, mientras que
las formas de trabajo anteriores cursan generalmente con un pasado de socialización laboral: corporaciones
clásicas de oficio (gremios y sindicatos de oficio), instituciones corporativas
del trabajo profesionalizado, sindicación del trabajo fordista, vinculación
estable del trabajo a la empresa de producción y de servicios y sus
consecuencias en materia de sociabilidad y socialización.
El
trabajo flexible disuelve la identificación que desarrollaron los trabajadores
con organizaciones tales como la empresa y el sindicato. Este proceso abre una
dinámica de individualización de la actividad laboral al quitar al trabajo el
marco estable de su organización y permanencia, indefinida en el tiempo, en la
estructura empresarial y aun en la práctica estable, sostenida en el tiempo, de
una ocupación laboral.
Flexibilidad: los cometidos laborales y el tiempo
de trabajo se adaptan constantemente a productos,
procesos y mercados cambiantes. Un principio básico en estas circunstancias
es el trabajo just-in-time: el trabajo
que se necesita, en la cantidad que
se necesita y en el momento que se
necesita. Esto propicia el aumento del trabajo eventual, a tiempo parcial,
y también los contratos de obra y de
servicios, en su caso, de trabajadores
por cuenta propia o autónomos.
La
tecnología juega un papel importante en la promoción y articulación del trabajo
flexible. Las empresas desean crear una organización flexible del trabajo capaz
de responder con rapidez a los cambios en la demanda, y esta organización es
facilitada por la nueva tecnología que contribuye en alto grado a hacerla
posible (tecnología y trabajo en red; tecnología y principio del just-in-time; tecnología y autoempleo y
trabajadores autónomos). Aumenta la proporción de trabajo flexible (jornada
parcial, trabajo eventual, con contrato de obra, por cuenta propia) y se reduce
el trabajo “tradicional” (jornada completa, en una sola empresa, contrato fijo,
etcétera).
Cuando
se analiza el papel de la economía
global en la generalización del trabajo flexible no sólo hay que tener en
cuenta una economía global de capitales, mercados y mano de obra, sino también
una economía cuyas actividades
estratégicas nucleares, incluidas la innovación,
las finanzas, la gestión empresarial, funcionan a escala
planetaria y en tiempo real. En la medida en que esto es así, la generalización del trabajo flexible se
ve impulsada por fenómenos de carácter global que transcienden las
políticas específicas de unos Estado-nación debilitados por la propia
globalización, al crearles dependencias estructurales de diverso tipo difíciles
de soslayar.
La
flexibilización laboral adopta formas distintas:
La “mejor vía”, mejora la productividad desarrollando
entornos laborales de elevado
rendimiento, basados en la formación
y participación de los trabajadores, los incentivos salariales, la seguridad
relativa en el empleo. Estos trabajadores no perciben como amenaza la
flexibilidad y fluidez laborales. Cualificaciones
altas, salarios elevados, incentivos extra-salariales. La
permanencia larga en la empresa no es un requisito, la movilidad y flexibilidad
son elementos plenamente vigentes, tanto por parte de la empresa como del
trabajador. La flexibilidad puede suponer una necesaria reconversión de la
oferta de capacidades por parte de este tipo de trabajadores, o bien una
anulación de las mismas, con la consiguiente pérdida de su estatus. En este
nivel superior del trabajo flexible encontramos
características del trabajo artesanal, una especie de trabajo neo-artesanal si nos referimos a las cualidades
fundamentales del ejercicio de este trabajo (alto grado de conocimiento, de
manipulación, altas cualificaciones, incentivos a la creatividad), aunque sin
dos elementos importantes del trabajo artesanal: trabajo vitalicio y
organizaciones de oficio o similares. Por lo tanto, cumpliendo el principio de individuación propio del trabajo
flexible.
La “vía secundaria”. Reducción de costes laborales
mediante subcontratación, contratos eventuales y a tiempo parcial, presión para reducción de mínimos salariales reales
y de poder sindical. Trabajo muy
influido por el just-in-time como
principio organizativo de trabajadores fácilmente sustituibles y eliminables.
Bajas exigencias de manipulación, bajas cualificaciones, nula creatividad.
Ambas
vías se difunden simultáneamente y no sólo entre empresas sino en el interior
de las mismas, lo que genera una situación práctica de un mercado laboral de tipo dual muy diferenciado.
Si,
para mayor esclarecimiento, comparamos el trabajo flexible y el trabajo
fordista, debemos subrayar:
El
asentamiento del trabajo fordista en los años inmediatamente posteriores a la
segunda Guerra Mundial (factor de historicidada). Las sociedades industriales
constituyeron un puesto de trabajo con jornada completa, con trabajo vitalicio,
con salarios reales negociables y al alza, con promoción dentro de la empresa. Trabajo seguro y consumo creciente.
Políticas gubernamentales sociales referidas a la idea de empleo permanente (seguridad social profesionalizada). Este modelo
de trabajo cursa con una familia nuclear
con roles sexuales muy diferenciados, trabajo remunerado escaso para las
mujeres casadas y alejamiento de éstas del mercado de trabajo y permanencia en
las labores domésticas. Modelo del padre de familia proveedor. También con unas
importantes redes comunitarias tipo
barrio y vecindad que tendían a una cierta homogeneización profesional y
laboral y con un grado importante de sindicación (ausencia o impacto escaso de
fenómenos como la llamada gentrificación
urbana, fenómeno típico desde finales del siglo XX).
El
trabajo flexible se separa de manera muy importante de esta organización del
trabajo. Un caso actual interesante es la manera cómo, en países como Alemania,
Holanda, países escandivavos o Austria, se relaciona el trabajo flexible con
las políticas sociales que vienen de atrás. Plena apertura al trabajo flexible
en estos países y protección de planes nacionales de sanidad, incapacidad,
desempleo, pensiones y servicios sociales (propios del Estado de Bienestar). Lo
que suele complementarse con políticas activas de subsidios familiares.
El autoempleo. Una transformación profunda del
entorno laboral en la Era de la
Información hace que haya más posibilidades para el autoempleo y un
crecimiento importante del mismo. El autoempleo ha sido una característica
predominante del sistema laboral durante la mayor parte de la historia
(agricultura, artesanado, comercio). El empleo relativamente estable, por
cuenta ajena y a tiempo completo ha caracterizado el mundo laboral durante los
últimos cien años (segunda Revolución Industrial). Ahora hay un retorno gradual
del autoempleo y esto parece que tiene que ver con la flexibilidad laboral en una economía de servicios, con
disponibilidad de una tecnología informacional a bajo coste y con crecientes
niveles de educación de la población activa. Popularización del discurso de la emprendeduría.
Consideraciones finales para
el diálogo.
A
La
tercera Revolución Industrial vendría a transformar la condición e idea general
del trabajo mediante su transformación en trabajo flexible. En las nuevas
condiciones parece que vuelve a cobrar su importancia el autoempleo, pierde su
importancia el trabajo fijo, a tiempo completo y con permanencia larga o muy
larga en la misma empresa. En las condiciones del trabajo flexible, pierden
poder las organizaciones sindicales por las propias características de éste
(individuación). Los empresarios generalizan el trabajo flexible en condiciones
de débil contestación y justificándolo como la única forma de competir, innovar
y subsistir en el nuevo mercado mundial. También como la necesaria adaptación
al nuevo tipo de consumo de bienes y servicios. El Estado puede jugar su papel
en la regulación del trabajo, pero la opción más constatable no parece ser
ésta. Más bien, parece que se asume la transformación del trabajo fijo en
flexible como un asunto estructural, manteniéndose, en algunos modelos, la
protección social no vinculada estrechamente al trabajo, como era la norma en
el modelo de políticas sociales profesionalizadas del fordismo. En estos casos,
la seguridad social funciona como una especie de colchón que palía los efectos
negativos del trabajo flexible. A su vez, este tipo de transformaciones cambian
profundamente la concepción histórica del trabajo y abren nuevas posibilidades
que parece que ya no se pueden comprender bien en la lógica de las sociedades
del trabajo tal y han funcionado históricamente.
B
·
La
flexibilización del mercado de trabajo tiene implicaciones sociales. Con la
flexibilidad, los trabajadores se individualizan, son separados de las
instituciones sociales que se desarrollaron en torno a los puestos de trabajo
garantizados, estables y a largo plazo. Por ejemplo, este impacto tiene que ver
con profundas transformaciones de los espacios urbanos tal y como se
estructuraron en la segunda Revolución Industrial.
También
son remarcables los impactos de la flexibilización del trabajo en la división
sexual de los roles sociales mediante su profunda afectación a la familia
nuclear típica de la segunda Revolución Industrial. Erosión del padre de
familia proveedor, erosión del papel de la mujer casada como “ama de casa”,
flexibilización del trabajo y oportunidades para la apertura de las mujeres,
casadas o no, al mercado de trabajo flexible.
C
En el análisis de algunos especialistas sobre el trabajo
flexible, el surgimiento y la implosión del “trabajo flexible” no es, ante todo
y de manera simple, una operación de la estrategia de los patronos o de los
propietarios de empresas para combatir lo que se considerarían como éxitos
históricos de la población trabajadora (identificación simplista del trabajo
fordista con la lucha política y sindical obrera). El fenómeno de la emergencia
y generalización del trabajo flexible, necesita para su comprensión la luz que
arrojan aquellos fenómenos históricos que transformaron el autoempleo y el
trabajo autónomo para crear una masa de trabajadores dependientes y asalariados.
Unas transformaciones propias de la primera Revolución Industrial y su curso
hasta finales del siglo XIX. Igualmente, necesita la luz de las
transformaciones históricas del trabajo y del empleo propias de la segunda
Revolución Industrial, que podríamos resumir en el final de un proceso de
“proletarización” (si queremos utilizar este problemático concepto) de la
primera Revolución Industrial y el surgimiento del modelo fordista. Lo que,
ahora, se viene abajo es la consistencia de este modelo y la aparición de una
nueva forma del trabajo, de su organización, implementación y retribución,
correspondiente a una nueva revolución tecnológica y, también, a profundas
transformaciones de los mercados, de la implicación de las economías a nivel
global, de las instituciones sociales que fueron propias y funcionaron
aceptablemente en el modelo anterior y que, desde el último cuarto del siglo
XX, encuentran nuevas dificultades que tienen que superar. A lo que se añade el
debilitamiento del modelo político del Estado-nación.
La propuesta de estos especialistas es plantear que el
problema presente no es el del fin del trabajo o el de la drástica reducción
del mismo, sino el de la transformación profunda del trabajo y la aparición y
dominación de su forma “flexible” y los nuevos retos que plantea. Muchas veces
se confunden las características del trabajo flexible con el debilitamiento
extremo y generalizado del trabajo, pero en este planteamiento lo que realmente
permanece y crea un cierto espejismo es la consideración del trabajo fijo y
permanente como la referencia única del trabajo, en el presente y en el futuro.
La historia del trabajo es particularmente ilustrativa a la hora de evitar este
tipo de suposiciones. Hay en todas estas propuestas una advertencia al carácter
estructural de fenómenos muy importantes, cuya formación y desarrollo
difícilmente pueden remitirse a factores manejables, previsibles, completamente
comprensibles en su complejidad y con posibilidades ciertas de actuar sobre
ellos para revertirlos o para transformarlo según algún plan establecido. Todo
ello no supone afirmar que los intereses empresariales, según escalas de
empresas, no aprovechen y tiendan a agudizar las características de un trabajo
flexible en provecho propio. De un trabajo que parece que está ahí y está para
quedarse. De un trabajo que parecería exigir una nueva conceptuación de las
relaciones laborales de la flexibilización laboral, ciertamente en las
condiciones de resistencia y aún polarización que son una norma en cualquier
sociedad histórica, al menos desde la Primera Revolución industrial.
1)
Fernando Díez Rodríguez, doctor en Historia,
ha sido profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad
de Valencia. Entre sus publicaciones relacionadas con el asunto que nos ocupa,
destacan: Homo Faber. Historia
intelectual del trabajo, 1675-1945. Madrid. Siglo XXI, y La imaginación socialista. El ciclo
histórico de una tradición intelectual. Madrid. Siglo XXI.
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