Cataluña
tiende a la confusión a granel. Mejor dicho, el independentismo ha entrado en
una fase, quizá definitiva de caos. Ha
sido bien visible durante el día de ayer en la conmemoración del famoso 1 de
Octubre del año pasado. Una celebración
de lo que pudo haber sido y no fue. Así, repentinamente, la conmemoración se
convierte en un acontecimiento que hace trizas el péplum que hemos vivido. El
subsuelo independentista, movido con agilidad por los comités de defensa de la
república, exige a grito pelado la dimisión de Torra, su consejero de
Interior y el conjunto del govern. Con pancartas calificando a los Mossos, la
policía autonómica, de fascistas. Esto
ya no es anecdótico, ni tampoco un sarpullido.
Veamos,
los Mossos reciben la orden de cargar contra una manifestación que habían
convocado los cdr. Las imágenes televisivas son claras: palos a diestro y
siniestro. Es la víspera del día uno de octubre. Al día siguiente Quim Torra
califica a los cdr de «queridos amigos», semanas antes había declarado que
«toda mi familia milita en los comités de defensa de la república». En la misma
alocución les anima a seguir presionando, a no desfallecer. Horas más tarde se
lía parda en Barcelona y otras ciudades catalanas. Los Mossos, a su vez, se ven
obligados a impedir la ocupación del Parlament de Catalunya. Y entran en confrontación abierta con Torra y el consejero de Goernación. Cría cuervos que
te sacarán los ojos.
Es
la confusión: las movilizaciones de los cdr no se orientan exactamente contra Madrid. El objeto de las iras de
los manifestantes son las autoridades autonómicas catalanas. Toda una ruptura
con el procés. Es en el fondo la
contestación contundente del subsuelo a Torra y su equipo. Es el resultado de
la acumulación de sapos tragados: la respuesta a una república que no se ha
implementado, la contestación a un itinerario político ineficaz, la acusación a
una gestualidad irredenta. Y
posiblemente la respuesta al giro de Puigdemont (¿ya desbordado?) que indica que «la
independencia es cosa de veinte o treinta años». El subsuelo, airado, les acusa
de inverecundia. En resumidas cuentas,
es el resultado de un recorrido confuso –mitad «farol», mitad postureo-- que ha exasperado a los cdr. Una caminata que
se ha derrotado a sí misma.
Las
consecuencias de la exasperación del subsuelo no auguran nada bueno. De la
posición mayoritaria del movimiento pacífico se ha pasado a unos brotes de
violencia, que tienen como objetivo añadido la insubordinación, no solo a Madrid sino al independentismo político,
que, a su vez, está también profundamente dividido. Paco Rodríguez de
Lecea lo advierte
sin pelos en la lengua: «La estrategia soberanista vira
progresivamente del baño de masas pacífico al escuadrismo». Se corre el peligro,
así las cosas, de entrar en el terreno de la anomia. La anomia como parturienta de la decadencia.
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