Cuando hace muchos
años leí por primera vez la Crítica al Programa de
Gotha saqué una conclusión muy propia de un
jovenzuelo pretencioso: Marx me parecía en
determinados momentos un pejiguera, que se peleaba con los organizadores de
aquel famoso Congreso por unas nimiedades. Así lo dije en seminario clandestino
sobre Marx cuyo objetivo era ponernos en forma. Nuestro profesor –un estudiante
mataronés – no daba crédito a lo que oía. Su carácter tolerante, sin embargo,
le llevaba, en este y otros casos, a darle acicate a nuestras intemperancias al
tiempo que se esforzaba en razonar la argumentación marxiana.
A mí me parecía que
la crítica del Barbudo de Tréveris a sus cofrades,
redactores del Programa, sobre el «trabajo» y la «fuerza de trabajo» era rizar
innecesariamente el rizo. En todo caso, decidí por disciplina la argumentación
de nuestro profesor: «la diferencia está en que el trabajo es lo que el trabajador
hace y de lo cual no es dueño, ya que le pertenece al capitalista al trabajar para
él, y la fuerza de trabajo es
lo único que tiene el trabajador y es lo que ofrece a cambio del salario, de lo
único que es dueño». Andando el tiempo entendí la argumentación. Marx no era un
pejiguera, sino un pensador sutil. Paréntesis: lo que no quita que, años más
tarde, un miembro de la dirección del Partido
Comunista de España exigiera virilmente
aquello de «menos marxismo y más cojones». Se cierra este inquietante
paréntesis.
Me ha venido a la
cabeza la ´pejiguería´ de Marx al
recibir un correo electrónico de un viejo amigo, a quien llamaré Burriac. Burriac es un
letraherido que no da puntada sin hilo. Mi amigo expone que «la cuestión
central, de donde debe partir todo el análisis político y social, es la
globalización». No estoy de acuerdo con su premisa mayor. Y de la misma forma
que una hilera defectuosa de ladrillos es fatal para la resistencia de
materiales de una construcción, entiendo que los ladrillos de su planteamiento son
defectuosos y, por lo tanto, perjudiciales para cualquier tipo de análisis con
punto de vista fundamentado.
Le respondo:
«Querido Burriac, no es la globalización la madre del cordero. Es la incesante,
veloz y profunda reestructuración de los aparatos productivos y de servicios el
elemento central. Una reestructuración e innovación tecnológica que ha
alcanzado unas proporciones insólitas. Esa es la madre del cordero. Y eso es lo
que construye la globalización. De donde infiero que no se deben confundir las
causas con los efectos. En todo caso, entiendo que bien valdría que nos
viéramos las caras y ante un buen botijo de agua fresca y sendos abanicos
podríamos debatir con parsimonia. Te espero, lejos de estas calores, en Trevélez. A partir de las
ocho de la tarde, a pesar de la canícula, debemos ponernos un jersey. Tuyo
en Jenny von Westphalen».
Marx diría que Trevélez no está en la Alpujarra sino en la altísima Alpujarra. ¿Pejiguerías?
Marx diría que Trevélez no está en la Alpujarra sino en la altísima Alpujarra. ¿Pejiguerías?
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