sábado, 21 de abril de 2018

«¿Seguimos siendo de los nuestros?»,


«¿Seguimos siendo de los nuestros?», espetó un ocurrente Pio Cabanillas a un correligionario de su partido horas antes de que explotara la Unión de Centro Democrático en su congreso de Palma de Mallorca.  Diciembre de 1983. El partido que fundara Adolfo Suárez saltó por los aires al no resistir los embates repetidos de la Brigada de Zapadores. La sarcástica frase de Cabanillas era la síntesis de la descomposición vertical y horizontal de un partido que siempre estuvo prendido con alfileres.

Ahora se ha pasado del «¿seguimos siendo de los nuestros?» al «ya no seguimos siendo de los nuestros del Partido Popular». Las trifulcas de este partido en Madrid son la consecuencia política de su descomposición acelerada y de que cada maestrillo tiene su librillo donde se enseña a disparar a mansalva contra el propio correligionario. La lengua viperina de Pio Cabanillas ha sido substituida por querellas en el Juzgado. En medio de esa reyerta tabernaria figura Mariano Rajoy; el hombre de Pontevedra es incapaz de coser los diferentes retales, pero se le mantiene –en su lugar, descansen--  porque ninguna de las banderías del partido tiene la suficiente fuerza para desbancar a la otra.

La convención de Sevilla del PP ha sido un fracaso en toda la regla. Concebido para darle oxígeno fue sacudido por el escándalo Cifuentes, sazonado cuidadosamente por el fuego amigo. Conclusión provisional: el partido está peor de cuando fue a Sevilla. La vieja canción de sus antiguos camaradas  --«prietas las filas, recias, marciales / nuestras escuadras van»--  se ha tornado en la cabaretera copla del Novio de la muerte como paradigma de la descomposición. O sea, el Partido Popular está en coplas. No sólo en España, también en Europa por su radical incompetencia a dar una salida a la cuestión catalana.


Sin embargo, de tan caballuna crisis no parece que se aprovechen las izquierdas. También en cada una de ellas hay movimientos sísmicos, aunque de menor intensidad. Con lo que parece cantada esta hipótesis: se irá afianzando la posición del partido que tenga menos follín interno. En resumen, España pasará de Anás a Caifás, que no siendo exactamente iguales coincidieron en quitarse de en medio al Nazareno.   





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