«¿Seguimos siendo de los
nuestros?», espetó un ocurrente Pio
Cabanillas a un correligionario de su partido horas antes de que
explotara la Unión de Centro
Democrático en su congreso de Palma de Mallorca. Diciembre de 1983. El partido que fundara
Adolfo Suárez saltó por los aires al no resistir los embates repetidos de la
Brigada de Zapadores. La sarcástica frase de Cabanillas era la síntesis de la
descomposición vertical y horizontal de un partido que siempre estuvo prendido
con alfileres.
Ahora se ha pasado del
«¿seguimos siendo de los nuestros?» al «ya no seguimos siendo de los nuestros
del Partido Popular».
Las trifulcas de este partido en Madrid son la consecuencia política de su
descomposición acelerada y de que cada maestrillo tiene su librillo donde se
enseña a disparar a mansalva contra el propio correligionario. La lengua
viperina de Pio Cabanillas ha sido substituida por querellas en el Juzgado. En
medio de esa reyerta tabernaria figura Mariano Rajoy; el hombre de Pontevedra
es incapaz de coser los diferentes retales, pero se le mantiene –en su lugar,
descansen-- porque ninguna de las
banderías del partido tiene la suficiente fuerza para desbancar a la otra.
La convención de Sevilla del PP
ha sido un fracaso en toda la regla. Concebido para darle oxígeno fue sacudido
por el escándalo Cifuentes, sazonado cuidadosamente por el fuego amigo.
Conclusión provisional: el partido está peor de cuando fue a Sevilla. La vieja
canción de sus antiguos camaradas --«prietas
las filas, recias, marciales / nuestras escuadras van»-- se ha tornado en la cabaretera copla del Novio de la muerte como paradigma de la
descomposición. O sea, el Partido Popular está en coplas. No sólo en España,
también en Europa por su radical incompetencia a dar una salida a la cuestión
catalana.
Sin embargo, de tan caballuna
crisis no parece que se aprovechen las izquierdas. También en cada una de ellas
hay movimientos sísmicos, aunque de menor intensidad. Con lo que parece cantada
esta hipótesis: se irá afianzando la posición del partido que tenga menos
follín interno. En resumen, España pasará de Anás a Caifás, que no siendo exactamente iguales coincidieron en
quitarse de en medio al Nazareno.
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