Escribe Strómboli
No hay político que se precie
que no exhiba un máster. Unos lo obtienen a la remanguillé, otros siguiendo las
convenciones académicas. En todo caso, máster y twitter son los elementos que
pretenden distinguir a no pocos exponentes de la mal llamada clase política.
Sin ninguno de los dos el político se siente demediado. Máster y twitter son,
pues, los objetos –obscuros o no-- del
deseo del político. En todo caso, parecería que tener el titulillo es una
especie de moderna distinción del nutrido pelotón de los torpes. Oiga, el
político que no tenga un máster cree que puede ser considerado como un zote de
grado medio. Y el que no luzca su propio twitter entiende que puede ser
censurado como precario de ideas. De ahí que se haya creado una incipiente
industria de escribidores de tesinas de fin de máster. Esto es, gente avispada
–cuarentona por más señas-- que redacta
por encargo las tesinas que convencionalmente se exigen a los examinandos. Son lo que, en literatura, se conocen como negros. Es la neo picaresca española
postmoderna. Es una actividad legal siempre y cuando siga puntillosamente las
reglas fiscales de Cristóbal
Montoro.
A finales de los años cuarenta y
principios de los cincuenta del siglo pasado no existían los máster. Ni tampoco
la obsesión por abrillantar la carrera académica de cada quisqui. Justamente lo
contrario. Pongamos que hablo de Santa Fe,
capital de la Vega de Granada. Su alcalde, un novísimo ricachón, alardeaba de
que apenas sabía leer y escribir, pero que sabía de números más que quien los
inventó. Doy fe de que era verdad. Tenía en su cabeza todos los entresijos de
su enorme patrimonio.
Pues bien, nuestro alcalde tenía
que pronunciar un discurso con motivo de un aniversario del descubrimiento de
América. Meses antes le enseñaron a leer mejor. Y un escribidor local le escribió
la perorata. Pero no le dijeron nada sobre los números romanos. De manera que,
en un momento dado, habló del Emperador Carlos Uve. Estaba escrito Carlos V. Estupefacción
general, inicio de toses sospechosamente sobrevenidas. Nuestro alcalde repitió
jupiterinamente: «Sí, Carlos Uve, ¿estamos?». Y nosotros aplaudimos a rabiar.
Cosas que pasan por no haber hecho un máster.
Su señora esposa tampoco hizo
ningún máster. Se cuenta fidedignamente –yo mismo lo escribí en mi libro Cuando hice las
maletas— que, visitando en el Museo del Prado con don Antonio Gallego Burín, éste
le preguntó qué cuadro le había gustado más de todo el museo. La señá R,
alcaldesa consorte, le señaló uno del italiano Mantegna. Gallego Burín, director general de
Bellas Artes, le preguntó por qué. Y ella: «Pos mira, Antoñito, porque es tan
chiquitillo que se le puede quitar el polvo muy fácilmente. No como ese tan
grande y con tanto palitroque». (Se refería a Las Lanzas, de Velázquez). Lo dicho: la señá R tampoco tenía ningún
máster.
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