Francamente, no hay manera de tomarse en serio a Carles Puigdemont. Ahora ha declarado que «la independencia [de Cataluña]
no es la única solución, y que “el modelo suizo” es la opción más eficaz y
atractiva» (1). Uno quisiera ser respetuoso con este caballero, pero él no
coopera para que no nos subamos a sus faldones.
Recuerde el seso dormido que precisamente la independencia era lo que se
había planteado como única e insoslayable solución a los –decían machaconamente-- problemas de Cataluña. Ahora, tras la derrota
y división del procés vienen las
improvisaciones y ocurrencias. Una parte
de la cofradía está perpleja por ese pronto
del hombre de Waterloo; la otra parte le sigue enfervorizada aunque impugnara
el teorema de Pitágoras. Cualquier hipótesis sobre las capacidades de este caballero
podría estar fundada.
Horas más tarde de las sorprendentes declaraciones del hombre de
Waterloo surge la noticia de que Jordi Sánchez desiste de
ser candidato a la investidura de presidente de la Generalitat y, afirman
algunos, que abandona la política. Las interpretaciones sobre ese particular
han corrido como la pólvora: Sánchez quiere, de esa manera, facilitar la salida
de la prisión. Lo que, a su vez, comporta una opinión poco honrosa para
Sánchez. Pues bien, a pesar de la dificultad de leer la política catalana, como
asegura Enric Juliana, y no le falta razón, un
servidor ensaya otra hipótesis. Jordi Sánchez no es un pusilánime. Estar en
profundo desacuerdo con él no comporta atribuirle unas características de
miedica ni, peor aún, cobardía. Eso es lo que hacen correr los partidarios de Jordi Turull, de quien se habla ya como el sucesor del hombre de Waterloo.
La renuncia de Sánchez a su escaño de diputado, si es verdad lo
que se rumorea por las covachuelas de la Generalitat y los lavaderos de la política
catalana, hay que encuadrarla en otro elemento: Sánchez no ve con buenos ojos
lo que está sucediendo en el «laberinto catalán». Lo dejó suficientemente claro
ante el Juez y, posteriormente, en unas cuidadas declaraciones a La Vanguardia.
Tras la última ocurrencia de Puigdemont me parece plausible que Sánchez se
dijera en la soledad de la cárcel que hasta aquí hemos llegado. Adiós, muy
buenas. Aunque también cabe una hipótesis que acompañaría a la anterior: la CUP no le
puede ver ni en pintura. Le considera una hechura de Artur Mas. La
pintoresca organización quiere caja o faja. Caixa
o faixa. Es evidente que Sánchez no entra en ese sistema binario. En todo
caso, sea como fuere, el desistimiento de Jordi Sánchez tiene una enorme
importancia. Sea ilegible –o no tanto--
la política catalana es un golpe que no sólo afectará al mundillo
político independentismo sino al mismo movimiento social que, de manera
confusa, le acompaña. Más todavía, tomen nota de que quienes han abandonado la primera
fila de la escena han sido los star
systems del independentismo. Han quedado los segundones.
En fin, tras lo de Jordi Sánchez, bien podríamos traer a colación
aquel viejo romance: «En tan grande polvareda / perdimos a don Beltrán…».
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