miércoles, 21 de marzo de 2018

La renuncia de Jordi Sánchez deja en paños menores al independentismo





Francamente, no hay manera de tomarse en serio a Carles Puigdemont. Ahora ha declarado que «la independencia [de Cataluña] no es la única solución, y que “el modelo suizo” es la opción más eficaz y atractiva» (1). Uno quisiera ser respetuoso con este caballero, pero él no coopera para que no nos subamos a sus faldones.  Recuerde el seso dormido que precisamente la independencia era lo que se había planteado como única e insoslayable solución a los –decían machaconamente--  problemas de Cataluña. Ahora, tras la derrota y división del procés vienen las improvisaciones y ocurrencias.  Una parte de la cofradía está perpleja por ese pronto del hombre de Waterloo; la otra parte le sigue enfervorizada aunque impugnara el teorema de Pitágoras. Cualquier hipótesis sobre las capacidades de este caballero podría estar fundada.
Horas más tarde de las sorprendentes declaraciones del hombre de Waterloo surge la noticia de que Jordi Sánchez desiste de ser candidato a la investidura de presidente de la Generalitat y, afirman algunos, que abandona la política. Las interpretaciones sobre ese particular han corrido como la pólvora: Sánchez quiere, de esa manera, facilitar la salida de la prisión. Lo que, a su vez, comporta una opinión poco honrosa para Sánchez. Pues bien, a pesar de la dificultad de leer la política catalana, como asegura Enric Juliana, y no le falta razón, un servidor ensaya otra hipótesis. Jordi Sánchez no es un pusilánime. Estar en profundo desacuerdo con él no comporta atribuirle unas características de miedica ni, peor aún, cobardía. Eso es lo que hacen correr los partidarios de Jordi Turull, de quien se habla ya como el sucesor del hombre de Waterloo.
La renuncia de Sánchez a su escaño de diputado, si es verdad lo que se rumorea por las covachuelas de la Generalitat y los lavaderos de la política catalana, hay que encuadrarla en otro elemento: Sánchez no ve con buenos ojos lo que está sucediendo en el «laberinto catalán». Lo dejó suficientemente claro ante el Juez y, posteriormente, en unas cuidadas declaraciones a La Vanguardia. Tras la última ocurrencia de Puigdemont me parece plausible que Sánchez se dijera en la soledad de la cárcel que hasta aquí hemos llegado. Adiós, muy buenas. Aunque también cabe una hipótesis que acompañaría a la anterior: la CUP no le puede ver ni en pintura. Le considera una hechura de Artur Mas. La pintoresca organización quiere caja o faja. Caixa o faixa. Es evidente que Sánchez no entra en ese sistema binario. En todo caso, sea como fuere, el desistimiento de Jordi Sánchez tiene una enorme importancia. Sea ilegible –o no tanto--  la política catalana es un golpe que no sólo afectará al mundillo político independentismo sino al mismo movimiento social que, de manera confusa, le acompaña. Más todavía, tomen nota de que quienes han abandonado la primera fila de la escena han sido los star systems del independentismo. Han quedado los segundones.
En fin, tras lo de Jordi Sánchez, bien podríamos traer a colación aquel viejo romance: «En tan grande polvareda / perdimos a don Beltrán…». 


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