jueves, 22 de marzo de 2018

¿Existen los «tiempos de la Justicia»?




Los llamados «tiempos de la Justicia» son una metáfora que, poco a poco, se ha ido consolidando como figura retórica que lo mismo vale para un zurcido que para un barrido. Es ya un lugar común que utilizan politólogos y tertulianos, escribidores y amanuenses diplomados. Curiosamente quienes son más austeros en su uso son los propios juristas.

A mis ochenta años, curado de no pocos espantos, me atrevo a decir que no existen los tiempos de la Justicia, sino los tiempos de cada Juez. Cada Magistrado los usa, con mejor o peor fortuna, según le dicta su particular subjetivismo. Dígase, además, que en ciertas ocasiones tales tiempos son realmente un temporal. Por ejemplo, cuando se trata de jueces campeadores, que disponen de un poder que sobrepasa con desmesura el ejercicio del cargo. Se trata, a mi juicio, de una de las fatales consecuencias de la judicialización de la política. De ahí que se produzca un efecto inversamente proporcional: a menor intervención política ante un litigio concreto, mayor justicia campeadora.

Llevamos tiempo denunciando desde estas columnas los desvaríos del procés catalán. Hemos escrito muchas páginas contra las martingalas del hombre de Waterloo. Y, de igual manera, hemos responsabilizado también la inacción del gobierno del Partido Popular en todo ese itinerario. Digamos ahora con claridad que la derrota del procés no se debe esencialmente a la política de Rajoy sino a dos factores: uno, al propio diseño del procés, como lo han reconocido los más importantes star systems del independentismo; otro, a las intervenciones judiciales que se han puesto en marcha.

Es decir, la derrota del independentismo se debe a una candorosa infravaloración del poder del Estado y a la ingenuidad de que la Unión Europea podría dar cobertura a los planteamientos secesionistas. Lo primero indicaría que sus dirigentes no han superado la párvula fase de boys scouts. Lo segundo representa hasta qué punto los independentistas estaban a la Luna de Valencia con relación a la realidad europea. Ahora bien, cada momento en que parecía que el independentismo se freía en su propio aceite hirviendo aparecían los «tiempos de los jueces», que –como consecuencia directa--  volvían a reagrupar al independentismo. Diríase que tales tiempos han sido contradictorios: de un lado han asestado duros golpes; de otro, sin embargo, han permitido un efecto de inercia.

De momento vamos a dejar las cosas así. Estamos a la espera de la sesión del Parlament de Catalunya, que apresurada y confusamente se dispone a investir a un irascible Jordi Turull. Siempre y cuando los «tiempos del Juez» lo permitan. Seguiremos, pues, cuando la fumata sea blanca. O lo que encarte. De momento, seguiremos pensando que el «tiempo» sigue siendo, según los viejos manuales de la Física, el espacio partido por la velocidad. Antigua definición que Einstein se encargó de matizar.

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