Carmen Ortega ha publicado un sentido
artículo en este mismo blog donde explica el homenaje que sus amigos mataroneses
le hicieron a Joan Coscubiela (1). Lleno hasta
la bandera que desbordó las expectativas de los organizadores. Este acto, en
todo caso, merece algunas reflexiones.
La pregunta de «qué hacemos con
Coscubiela» no es retórica. No tiene una respuesta fácil. Porque choca con la voluntad
del propio Coscubiela que ha manifestado que se jubila de la actividad
política. Pero, respetando lo dicho y la testarudez de quien lo dice, vale la
pena escarbar en la interrogante. Nuestro hombre no puede quedarse en el
almacén de los comentaristas, ni tampoco en la tarea de escribir libros
importantes. Y, si se quiere, puede compaginar ambas actividades con la
actividad pública –política partidaria en tono mayor, en primerísima línea de
acción— para la que se encuentra capacitado de sobra. Al fin y al cabo Cataluña
y España no están tan sobrados de personas capaces. Al contrario, están
precarias de gentes con templanza y punto de vista fundamentado. De noble
pasión política.
En este caso, entiendo que es
razonable –es más, yo diría exigible— que se convenciera a nuestro hombre de
que vuelva a la escena política. Respetar su decisión es obligado y loable.
Pero quienes están convencidos de su valía no pueden quedarse en el necesario
homenaje que se le tributa. Es más, el homenaje debería ser un punto de nuevo
arranque.
Ahora bien, la pregunta inquietante
--«qué hacemos con Coscubiela»-- debería
interpelar a los dirigentes de la formación donde sigue militando nuestro
hombre y a la coalición que ha representado de manera tan brillante. En
concreto, a ICV y a los Comunes. Que
tampoco están tan repletos de sabiduría política. Y que, hasta la presente
–disculpen si me equivoco-- solo han
tomado nota de la decisión. Un talante con escasa inteligencia. Y, tal vez, de
voluntaria indolencia.
A Joan Coscubiela le avala su
biografía. Y, sobre todo, la madurez alcanzada. No obligarle amablemente a
seguir en la política es instalarse en el despilfarro. Justamente cuando los
problemas de todo tipo requieren personas capaces y no saltimbanquis de grado
medio.
Encuentro en Caludio Eliano (170 – 235) Historias curiosas, Libro Sétimo capítulo 3, una razón para
convencer a Coscubiela de que debe seguir: «Yo no me he presentado ante
vosotros para unirme a vuestro dolor, sino para ponerle fin», dijo Arístipo de Cirene, discípulo de Sócrates, a sus amigos. Pues bien, todavía queda mucho
para poner fin a tantos dolores viejos y nuevos. Porque, al fin y al cabo,
unirse –sin más-- al dolor lo sabe hacer cualquiera que tenga buena voluntad.
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