El balance de la sedicente
diplomacia catalana es un fracaso sin paliativos. Su titular, Raül Romeva, ha ido como
alma en pena por los alrededores más insignificantes de las cancillerías sin
cosechar resultado alguno que valga la pena. Ningún resultado que llevarse a la
boca. Sin embargo, esa escuálida gallina se está vendiendo como su fuera un
pavo real. Y es que Romeva ignoró el famoso concepto de aquel gitano divino que
afirmó que «lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible».
Sugerencia: no cuenten con Romeva para dirigir ningún tipo de negocio porque es
capaz de llevarles al desastre, de éxito en éxito hasta la bancarrota final. En
resumidas cuentas, la diplomacia del procés
es un asunto ruinoso, del que no se hace balance público y sin rendir cuentas
de los dineros que se han gastado en esas giras por tierra, mar y aire. Romeva
es como aquel maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.
Pero esta prosopopeya
diplomática tiene otra actividad silenciosa: se hace correr en las catequesis
soberanistas que el Estado de Israel será el garante financiero de los primeros
pasos de la independencia de Cataluña. No hay problema, afirman los diáconos,
tenemos quien nos apoya con dineros contantes y sonantes. Israel, la tierra
prometida. Eso está apalabrado entre el lobby judío mediático catalán y Tel
Aviv.
Se hace correr sotto voce, poniendo el dedo índice en
los labios como indicando que debe decirse sólo a los íntimos. Los educandos
ponen los ojos como acentos circunflejos, dispuestos a propagar esta buena
nueva. Naturalmente hay quien se lo cree siguiendo la máxima de aquel hombre de
fe y Padre de la Iglesia: «Creo porque es absurdo». En suma, también el
problema del parné es un acto de fe para los soberanistas. Pensar sería
sospechosamente un acto de desafección a la tierra prometida. Así pues, así las
cosas, sólo lo absurdo tiene credibilidad. Es el último clavo ardiendo de las
almas de cántaro.
Ignoro si Romeva ha leído el Fausto. En tal caso, ha olvidado lo que Goethe pone en boca del Director en el preludio de la
obrea: «Lo que hoy no ocurre, no se hará mañana y no hay que malograr un solo
día». Así lo dejó traducido el maestro José María
Valverde, Príncipe de los traductores.
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