Ayer hizo la friolera de
cuarenta y cinco años (45) de la detención de la dirección de Comisiones
Obreras (la Coordinadora General) con Marcelino
Camacho a la cabeza. Sin duda fue una de las caídas más famosas en la
lucha antifranquista. A los detenidos les llamamos Los
Diez de Carabanchel. Los delegados catalanes nos escapamos por los
pelos. Éramos Cipriano García, padre
fundador de Comisiones Obreras, Armando Varo,
dirigente de los trabajadores de Seat y un servidor.
Los antecedentes.
El objetivo de aquella reunión era debatir un documento, Por la unidad del movimiento sindical, que previamente teníamos los delegados. De
hecho había sido publicado legalmente, semanas antes, en Cuadernos para el
Diálogo con los eufemismos convenientes para burlar la censura. Lo firmaba
N.S.A., que correspondía a Nicolás Sartorius
Alvárez. Previamente nosotros, los catalanes, habíamos celebrado un
importante encuentro de la CONC para llevar una opinión colectiva. Teníamos un
matiz no irrelevante: nos parecía que, siendo justa la idea de discutir con UGT
y USO la unidad del sindicalismo, no situaba con fuerza el papel de los
trabajadores en los centros de trabajo y, muy en especial, el de sus
representantes, los entonces enlaces sindicales y jurados de empresa. Esta era
la novedad que queríamos aportar a la discusión. En los archivos de la CONC se
encuentra un documento que elaboramos, que sirvió de base para nuestro debate.
Hicimos el viaje a Madrid en
tren. Recuerdo que, asomados a la ventanilla, Cipriano señalaba las estrellas
del firmamento y me decía sus nombres. Rememoraba naturalmente sus tiempos
cuando, siendo niño, hacía de pastor en los campos de Ciudad Real.
Llegada a Madrid. Cipriano conocía el lugar de la reunión: el
convento de los Padres Oblatos, cerca de Pozuelo de Alarcón. Subimos al
autobús. Vimos que el convento estaba tomado por los grises, la policía armada. Por lo que no nos bajamos y seguimos
hasta el pueblo. La plaza estaba tomada también. Oímos a unos albañiles que
comentaban que aquello se trataba de una redada para detener a unos traficantes
de droga. Así es que, a la primera de cambio, tomamos el autobús rumbo a
Madrid.
Nos dirigimos a casa del cuñado
de Tranquilino Sánchez,
dirigente de la Construcción. Creo recordar que se llamaba Sastrón y había estado en la cárcel de Burgos con
Cipriano. Se presentó Tranqui y nos informó que Josefina
Samper conocía ya la detención de su marido. Comimos. Sastrón nos llevó
en su furgoneta a Guadalajara pues no era indicado que fuéramos a Atocha. Y
vuelta a casa. Como Cipri conocía al dedillo todos los trenes regresamos a
Barcelona dando más vueltas que un ventilador. Hicimos no sé cuántos
trasbordos. En definitiva, burlamos a la policía.
Más tarde supinos que Vicente Llamazares, un destacado sindicalista de
Artes Gráficas de Madrid, imprimía decenas de miles de octavillas (con Juana Muñoz Liceras) en el
despacho del famoso cantante, denunciando las detenciones. Luís Aguilé se hizo el longuis cuando vio lo que se estaba cocinando en su casa. Siempre se lo agradecí. Aguilé nunca presumió de ello.
Fue hace cuarenta y cinco años. El
resto de la historia es suficientemente conocido.
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