Ya conocen la noticia: Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau han sido
inhabilitados. Mi primera sugerencia es: ¡fuera máscaras! ¡fuera caretas!
Las máscaras se han utilizado desde la
antigüedad con propósitos ceremoniales y prácticos. Ahora también. Por
supuesto, la política es muy dada al uso de las máscaras y caretas. La idea es
taparse total o parcialmente la cara. Tras la sentencia del Tribunal Superior
de Justicia de Catalunya, Artur Mas y sus allegados deben desprenderse del
mencionado disfraz. Digámoslo con crudeza: han conseguido lo que querían.
Lamentarse ahora por ello es pura hipocresía escénica. El independentismo
orgánico necesitaba una sanción de ese calibre para seguir acumulando fuerzas.
Y acumular más agravios al por mayor. El movimiento tiene poca fuerza desde la
racionalidad, necesita apelar al sentimentalismo más primario y desordenado.
Fuera máscaras, pues. Han conseguido otro
objetivo. Fuera caretas porque, tras ella, se ocultaba la cara risueña de Esquerra Republicana de
Catalunya viendo cómo su oponente-amigo tiene las
cosas más difíciles para competir en la guía del país. Y fuera caretas en el Partido Demócrata de
Catalunya, la heredera de la vieja Convergència,
porque ya no necesita que Artur Mas «dé un paso al lado». Los unos y los otros
le deben eso al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. Lo que no quita que
se aproveche la ocasión para subir más el voltaje de la tensión.
Ahora el objetivo puede ser elevar la
electricidad con la idea temeraria de que el Gobierno de Rajoy –o a quien le corresponda ese disparate— declare la supresión de la
Autonomía de Catalunya o alguna medida similar. Presiones no le faltarán desde
sus propios círculos concéntricos. Esperemos que ese dislate no llegue. Pero,
ténganlo por seguro: aquí se va a formar algo inédito. Para lo que nadie está
preparado.
Me alegraré si me equivoco.
Me alegraré si me equivoco.
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