1.-- Soy del parecer que el juicio contra Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau es un error
caballuno. Más todavía, según reputados juristas no cuenta con la suficiente
consistencia jurídica. Lógicamente habrá quien piense lo contrario, y como «hay
gente pa tó» habrá quien sostenga lo contrario. En la primera hipótesis, si no
hay materia para la condena el ridículo será superlativo. En el segundo caso,
si se impone el lema fiat iustitia et
pereat mundus (hágase justicia aunque el mundo estalle) serán condenados y
la situación subirá muchos decibelios; más todavía, se fabricarán más secesionistas.
A cascoporro.
2.-- Los 3 del 9 N han sostenido que se trata de
un juicio político. Ahora bien, ellos mismos han actuado como si no lo fuera.
No sólo no han hecho una defensa política sino que, sobre todo, han endosado
sus responsabilidades hacia los voluntarios. Por supuesto, cada cual sube o
baja las escaleras como cree conveniente. Quiero decir que los tres tienen su
reconocido derecho a defenderse y ser defendidos en la clave que estimen más
oportuna para sus intereses. Pero echarle las responsabilidades del 9 N a otros
me parece mezquino, ayuno de ética y precario de estética. Y, sobre todo,
incongruente. Daré más vueltas a la cabeza por si tengo que añadir «de
consumada cobardía» cuando vuelva a escribir sobre el particular.
Ellos mismos –los 3 del 9 N— han
dicho en más de una ocasión, y así lo repiten sus masoveros, que es un «juicio
contra la democracia y las libertades». Si ello fuera así el coraje político de
los encausados ha estado bajo mínimos. Se han comportado como si se tratara de
un juicio de faltas. Y como acusicas de los demás. Artur Mas se ha portado como
un pandillero de pacotilla. «Yo no he sido, a mí que me registren». Lo peor de
todo es que el caballero ha mostrado su debilidad. Era previsible. Y diría más,
es la consecuencia de un proceso loquinario. Sin pies, ni cabeza.
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