Hay muchas almas de cántaro. Es
un género que abunda, y por lo demás está repartido a diestro y siniestro. Son
gentes que parten de una premisa que no necesita ser acompañada por ninguna
demostración. Su discurso inefable es: los políticos de todas las zoologías son
gentes de mal vivir; la sociedad, el pueblo, o como quiera que se les llame,
son puros por naturaleza. Sancta
simplicitas! Recurramos al viejo refranero: en todas las casas se cuecen
habas. Don Miguel de Cervantes añadió por su
cuenta un famoso latiguillo: «...y en la mía, a
calderadas» (El Quijote II 13).
Algo debía reconcomerle al genial Manco.
De manera que, partiendo de ese
constructo (perversidad de los políticos e inocencia de la sociedad o del
pueblo) existe un déficit de reflexión –mejor dicho: un descuido
caballuno-- sobre las patologías que
tiene la sociedad, algunas de ellas realmente preocupantes. De un lado, la
ciber violencia que se extiende por las llamadas redes sociales, cuyo ejemplo
más terrible se ha cebado con la familia Bosé, tras la muerte de Bimba; en este caso, es destacable la correcta
redacción sintáctica y la ausencia de faltas de ortografía, que demostraría que
los redactores de tan obscenos mensajes no son iletrados. De otro lado, la
violencia directamente física, que no cesa, llamada de género, contra la mujer.
Y también, las palizas que grupos organizados de matones propinan a quien
consideran diferentes. Los entendidos en la materia dirán que son cosas
distintas. Seguramente. Pero cuentan con un denominador común: la violencia, la
violencia gratuita.
El matonismo ya no es cosa de
minorías. Ni como se decía hasta no hace mucho tiempo cosa de los estratos
sociales considerados más bajos. Atraviesa toda la sociedad, el pueblo, o como
quiera llamársele. Usa el twitter como arma de agresión el ricachón más celebrado;
mata a la mujer el clasemedia más
pintiparado; y apalea a sus semejantes el parado, el precario y otros sectores
del pobretariado. Cualquiera de todos ellos –ricachón, clasemedia y pobretariado—puede ser miembro de los diversos
pelotones de dichas violencias.
No es exagerado afirmar que por
ese camino se entra en la degradación de la sociedad. Lo que produce alarma, al
menos a un servidor, es la ausencia de reflexión sobre estas contundentes
patologías sociales. Y más en concreto en: ¿dónde está la madre del cordero?
¿qué origen tiene? ¿qué explicación? Y, por supuesto, cómo invertir esa
tendencia tan perversa. Me enrabio conmigo mismo, porque no tengo explicación
sobre el particular. Ni sé por dónde empezar a enhebrar un hilo creíble. No me
pidan más, porque sólo diría banalidades. Sin embargo, alguien podría pararse a
pensar en todo ello. En caso contrario, los jornaleros no tendrán más remedio
que coger el escardillo para ver dónde están las raíces de la maleza.
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