Dominique Strauss-Khan, Rodrigo
Rato y Christine Lagarde. Son los últimos tres capitostes que han paseado su
personal roña por las covachuelas del Fondo Monetario Internacional. Conocemos
los avatares más significativos de estas tres personas y, de la misma manera
que se acostumbra a decir de ciertas profesiones que imprimen carácter,
podríamos afirmar que el FMI imprime podredumbre en sus alturas. Aunque, tal
vez, este triplete llegó a la cumbre precisamente porque no olían a ámbar.
El sermonario del FMI es bien
conocido: dar lecciones para que determinados países salgan de su crisis, las
recetas agravan más la situación y, a continuación, dicha institución se brinda
para dar las soluciones para salir del atasco. Que suelen ser las mismas que
las que provocaron el hundimiento económico. O dicho agrariamente: vuelta la
burra al trigo. Digámoslo con claridad: esta institución, cuyos responsables
son designados mediante cambalaches, es un instrumento del caos y del
extremismo.
Los practicantes de la
ignorancia voluntaria, familiares de la servidumbre voluntaria, deben saber y
sacar conclusiones de la sorprendente información que nos llega del FMI. A
saber, una vez la Justicia francesa ha sentenciado que Lagarde, que siendo ministra de Economía en
tiempos de Sarkozy se
vio involucrada directamente en el caso Tapie, actuó de manera «negligente». Como es natural, tras el
fallo, se reúne la institución y en un comunicado afirma: «El directorio ejecutivo del Fondo
Monetario Internacional ha mostrado su apoyo a su directora, Christine
Lagarde, para desempeñar sus funciones». En otras palabras, el FMI no
puede permitir que la justicia se le suba a los faldones.
Bienaventurados
los que miran hacia otro lado, pues de ellos será el Reino del Fondo. Menuda
gentualla.
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