Me parece que al profesor Santos Juliá se le fue la
mano un tantico al escribir su artículo de ayer en El País, Huelga general de electores (1). Llámenme tiquismiquis pero siempre he
creído que es exigible a los intelectuales dejarse llevar lo menos posible por
los nervios y, en concreto, ser más temperados. Y aunque no está escrito en
parte alguna es recomendable escribir debajo de un ventilador cuando las
calores africanas aprietan desconsideradamente; en caso contrario –por ejemplo,
escribir en un cafetín sin ventilador ni aire acondicionado-- surgen artículos periodísticos de rancia
estirpe garbancera. Lo mismo le pasó, aunque en contadas ocasiones, a Brahms:
con toda seguridad alguna de sus piezas las compuso lejos del ventilador.
Creo que el artículo peca de pamphletaire. El caso es que no le
falta razón a su línea argumental, pero la pierde con el uso estajanovista de
sus adjetivos y los desmadejados ecos galdosianos que le acompañan. Muy del
agrado, por cierto, de los nuevos y viejos enragés
de los cuatro puntos cardinales de la piel de toro. Muy del gusto también del
nuevo nihilismo de algunos de nuestros intelectuales. Porque, desde una pluma
ilustre y, con frecuencia ilustrada, da una extraña hospitalidad al ideolecto
de secano de que «todos los políticos son iguales». Y que en el caso de todo el
itinerario que señala, desde la primera María Cristina hasta nuestros días,
todos los políticos son hermanos siameses. Lo que contradice el resto de la
obra académica de don Santos, seguramente hecha debajo de un ventilador.
En todo caso, lo que me parece
insufrible es el colofón del irritado artículo del profesor Juliá: (nuestros
políticos) «solo merecen que los electores, con
razón irritados, decidamos declararnos en huelga general, a ver qué hacen». Le
ha faltado decir qué haríamos los electores al día siguiente de esa fantasiosa
huelga general.
Ahora bien, sólo por un momento situémonos en la hipótesis de
que una agrupación de damnificados ha convocado una huelga general de electores
y que esa huelga ha paralizado el país. Así las cosas, ¿qué hacer? Don Santos
podría explicarnos que, en las mentes de no pocos huelguistas, reaparecería la
imagen del «cirujano de hierro». Que
esta vez no llevaría los entorchados de brigadier, sino los negros maletines de
una troika, versión heavy metal.
No don Santos, un servidor organizaría un piquete de esquiroles
contra esa huelga.
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