Luchando contra las calores
¿Cuándo dejamos de hablar del control de las
condiciones de trabajo? ¿cuándo dejamos de escribir sobre ese particular e
importante tema? ¿cuándo empezó a diluirse esa reivindicación en las
plataformas de los convenios colectivos? Dos recordatorios merecen traerse a
colación: la historia del movimiento obrero en Inglaterra es, según sus
cronistas más relevantes, la historia del control de las condiciones de trabajo
y los antiguos documentos de Comisiones Obreras
–véanse las octavillas y las plataformas de los convenios-- inciden machaconamente en el control de las
condiciones de trabajo. Pero, en un momento dado y a la chita callando, se fue
evaporando de la gramática sindical.
Ni siquiera hoy la literatura oficial que habla del
«repensamiento del sindicato» se refiere a tan importante cuestión. Es como si
el movimiento vecinal estuviera de espaldas a las condiciones de vida de la
ciudad.
La cosa viene a cuento porque Paco Rodríguez de Lecea nos despertó ayer del letargo
de las calores pegajosas del verano con un inquietante artículo, KAROSHI, abordando este asunto en el Japón. La
Vanguardia publica hoy un reportaje, Trabajar
hasta morir, que pone los pelos de
punta (1). «Muy lejos, se dirá, está el
Japón». Y, sin embargo, todos sabemos que el mundo es un pañuelo, que bien
podría ser el lema de la globalización. Más todavía: todavía colea la desgracia
de los suicidios en Télécom France que tratamos en
su día en este mismo blog.
En el ecocentro de trabajo se vive una situación
chocante: las condiciones de trabajo se han endurecido –ahora estamos hablando
de España, no de Japón ni de Francia--
extremadamente, pero el control de dichas condiciones se ha debilitado
no menos extremadamente. Cierto, el sindicalismo confederal está denunciado
todo lo que puede y sabe (que es mucho), aunque poco orienta para que ese
control reaparezca en las plataformas de los convenios colectivos. Me refiero a
que no se trata tanto de acumular más control, que sería lo preferible, sino el
de ejercer el que ya disponíamos.
Bruno Trentin escribía hasta
el agotamiento que el sindicalismo del siglo XX había sido subalterno del
taylorismo, combatía su abuso pero se
instaló en el uso. Pero lo cierto es
que ahora no ejerce sus poderes para controlar el abuso. Y, como se ha dicho
antes, la literatura pretendidamente renovadora está un tanto distraída sobre
estos pormenores. No es una impresión; es la constatación de su ausencia en las
cláusulas negociales de los convenios de los últimos años. Más todavía, allá
donde se han negociado elementos de control de las condiciones de trabajo ni
siquiera se han difundido como ejemplo a seguir.
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