Corremos el peligro de convertirnos en un país de chatarreros y
hojalateros. Lo vengo diciendo desde hace años.
Vivimos en el paradigma de la innovación y reestructuración de los
aparatos productivos y de servicios (de toda la economía global) y todavía en
España la empresa y el Gobierno parece que no han caído en la cuenta. La
consecuencia es que, a la chita callando, se amplía la distancia entre España y
nuestros competidores; sus consecuencias en el empleo son evidentes. El déficit tecnológico es un tapón que frena
nuestro desarrollo, su eficacia y sostenibilidad. En vez de capitanes de
industria contamos con cabos furrieles de vieja estampa. En vez de políticos à la page nos encontramos con covachuelistas de rancio estilo.
Esto viene a cuento de la noticia que nos ofrece La Vanguardia de ayer: «La inversión en I+D se desploma a niveles de 2007». Y,
oído cocina: «En el reciente ranking de las mil empresas que más invierten en
I+D sólo figuran ocho españolas» Nuestro
desarrollo es, pues, aquella plata que cagó la gata, que decíamos los niños
chicos de Granada, una ciudad que está cerca de Santa
Fe, capital de la Vega del Genil.
En suma, se reincide en la política chusquera de antañazo. Y
parece que reincidimos en ella: he echado una ojeada a las golosinas
electorales que prometen los más diversos partidos de babor y estribor, de popa
y proa de cara a las próximas elecciones generales. Resultado, en ese terreno
es oro del que cagó el moro. Que cazurramente insisten en ello me hace recordarles a ustedes lo
que escribí hace mucho tiempo en esta bitácora.
Sorprende el contumaz abandono a que está sometida en España la cuestión tecnológica. Ni
rastro de ella en los programas y discursos –en la plaza pública, en la prensa
o en las tertulias televisivas— de las diversas candidaturas de este magmático
proceso electoral en curso. Ni las derechas, ni las izquierdas, ni los
centristas de chanel número 5 han planteado nada al respecto. ¿Siguen, pues, la
sonada majadería del famoso rector de Salamanca: «que inventen ellos»?
Ninguna comunidad autónoma, excepto Euskadi, lo tiene en su
agenda. Ninguna de ellas alcanza el aprobado en realizaciones concretas. El
afamado rector puede estar medianamente satisfecho: algo ha conseguido.
Conclusión provisional: estamos por debajo de países como Eslovenia,
Eslovaquia, Estonia, Hungría y la
República Checa.
España alcanzó, en 2008, una media del 1,35 % del producto
interior bruto en I + D. Ahora hemos descendido al 1,24 % y nos alejamos del 2
% de la media de la Unión Europea. Somos el país donde el gasto público
ha bajado más. Esta reducción se explica porque aquí se ha operado el recorte
más drástico de la inversión pública en tecnología y desarrollo, alrededor de
un 50 %. Y también porque la inversión privada está en la mitad de la europea.
Unos y otros ponen el acento en los infrasalarios y en la precariedad.
Conclusión: si en tiempos de Larra escribir era llorar, investigar aquí es no
parar de llorar. Séanme permitidos dos datos: un 14 por ciento de las personas
sin techo son universitarios y el porcentaje de ciudadanos con estudios
superiores en los albergues supera el 27 por ciento. Así lo afirman
investigaciones de Pedro José Cabrera y Rosario Sánchez Morales. Por no hablar
del éxodo de jóvenes investigadores al extranjero.
¿Cuándo los gobiernos –central y autonómicos, excepto el vasco— se
han preocupado y ocupado de de la cuestión tecnológica? ¿Cuándo la
oposición ha dicho esta boca es mía? ¿Cuándo los llamados agentes sociales han
situado en lo concreto –en las cosas concretas, no retóricamente— tan relevante
problema? Dispensen el exabruto: estamos como estamos por la inacción, la
miopía y la idiocia de todos ellos.
Así las cosas, reitero mi propuesta: necesitamos un pacto por la
innovación tecnológica. Y situar en el centro de la actividad política la
innovación y el desarrollo. De ello he hablado en muchas ocasiones y no es
cuestión de marear a nadie con su contenido pormenorizado.
Resumiendo: o nos ponemos al día o nos convertimos, con relación a
Europa, en una chatarrería de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio.
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