(Foto de nuestro corresponsal en Bayona: la ciudad cuatriarcada de Santa Fe está hermanada con esta villa gallega)
Con frecuencia Charles Taylor acostumbra a decir que la
institución republicana francesa fue la escuela pública, la estación de
ferrocarril y la estafeta de correos. A decir verdad es prosa de altos vuelos.
Es decir, Taylor no emplea la lírica para definir la república. Lo que no
impide que los poetas la canten a todo meter con sus propios lenguajes. Sin
embargo, hasta donde nosotros sabemos Pedro Sánchez no es poeta; haría bien,
pues, en contagiarse de la prosaica definición de Taylor. ¿Qué quiero decir?
Que la necesaria operación federal necesita concreción
y, por así decir, una fisicidad que conecte con las necesidades, viejas y
nuevas, de la ciudadanía.
Siguiendo, pues, a Taylor debería enlazarse al
federalismo ¿qué escuela pública, qué estación de ferrocarril y qué estafeta de
correos? O sea, el edificio federal se construye con los materiales del Estado
de bienestar en su sentido más actual. Mientras no se haga de esa manera, mucho
me temo que la lírica de campanario se llevará el gato al agua. Es más,
mientras esa lírica teológica, de unos y otros en competencia calculada, se
siga librando y nadie escriba el federalismo en prosa estaremos dando tumbos
del coro al caño y del caño al coro.
Pongamos un ejemplo prosaico: mientras en la batalla
catalana sigan sonando las flautas de la teología, ¿quién se ocupa, además de
los sindicatos, de la lucha de los trabajadores de Valeo
por sus puestos de trabajo? Aquí la única
teología que vale es la de tipo antropológica, que hizo decir a doña Teresa de Ávila un apotegma tan convincente como: «en
los pucheros está el Señor». Sólo por decir eso ya merecería el título de Doctora
de
Se nos dice
de parte de Pedro Sánchez que, ante los intentos
de recentralización de Rajoy y el empuje del
soberanismo catalán, su partido redoblará los esfuerzos de cara a las próximas
elecciones generales por una España federal. Poco hay que objetar. En todo caso
ya veremos cómo desarrollan la explicación y si son capaces de añadir novedades
sobre ese particular.
Es decir, de qué manera vinculan el federalismo con la
condición concreta, de vida y trabajo, de las personas de carne y hueso. Porque,
dicho sin requilorios, el federalismo a palo seco es como las migas sin sus
correspondientes tropezones.
La pugna
entre el centralismo carpetovetónico, cuyo instrumento más herrumbroso es el
partido púnico, y los soberanismos periféricos es, ante todo, una fortísima
pugna entre las élites dirigentes por el poder. Ahora bien, toda lucha entre
las élites que no arrastre a importantes masas de la población, pro domo sua,
acaba por lo general en tablas. Unos y otros, lógicamente, intentan estar
arropados por millones de personas con un determinado nivel de consenso, que –según
las circunstancias-- puede ser activo,
pasivo o resignado.
Unos y
otros procurarán engrasar los ejes de sus carretas sobre la base de
sentimientos, mitos (viejos y nuevos), creencias y demás artificios de la política.
La batalla de masas se establece no sobre la base de razonamientos sino de
virtudes teologales. De aquí que la discusión sea prácticamente imposible. Ya lo
dijo Tertuliano hace muchísimo tiempo: «Credo
quia absurdum», que en buena medida ha
movido todo tipo de montañas. En suma, creer porque es absurdo ha sido históricamente
la madre de muchas batallas.
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