sábado, 15 de noviembre de 2014

«CUESTIÓN NACIONAL» Y «CUESTIÓN SOCIAL»



La Camusso en Génova



Las recurrentes afirmaciones de cierto sector de la izquierda en torno a la relación entre cuestión nacional y cuestión social me incitan a revisitar dicho tema que hoy tiene la mayor actualidad en los comportamientos políticos y sociales. 

Digamos que un sector de la izquierda europea, durante el primer tercio del siglo XX, intentó amalgamar en su praxis (teoría y acción) ambas cuestiones: la nacional y la social. También en nuestra casa geográfica. Nada tengo que decir si dicha postura era algo contingente: la necesidad de una acumulación de fuerzas en la arena política. O pretendía ser un corpus doctrinal de largo recorrido. Lo que tiene interés –o, al menos, así me lo parece— es si aquella postura tiene sentido, teórico y práctico, ahora y desde ahora en adelante.  Excusen mi atrevimiento si intento poner en solfa la necesidad actual de aquellos planteamientos, de las categorías que –con una sintaxis diversa--  propusieron, por ejemplo, Stalin y Andreu Nin a sus amigos, conocidos y saludados. Cito a ambas personalidades porque su literatura nos es más conocida y familiar.

Hacer un planteamiento historicista --¿tenían razón dichas personalidades en proponer la amalgama entre cuestión social y nacional o no en su tiempo?--  es cosa irresoluble: puede tener tantas interpretaciones como analistas y pensadores se metan en ese asunto. La cuestión es hoy. Aquí y ahora, entendiendo que ese aquí es la izquierda en sus diversidades políticas, sociales y culturales. Pero, antes de meternos en esa harina, candeal o no, deberíamos hacer un balance, aunque sea sucinto, de los resultados (no todos) de aquella enseñanza: la que se desprende de amalgamar cuestión social y cuestión nacional. Excúsenme por la contundencia: en la pugna entre esa díada (no se pierdan el acento en la i) han vencido históricamente los poderes económicos y sus franquicias políticas de derechas, ya sean éstas ilustradas, rancias, periféricas o de otra naturaleza. Lo que implica que la izquierda se ha quedado a dos velas. Es más, manteniendo la vieja concepción de amalgamar  ambas cuestiones se desvincula de los procesos de cambio de época.

Hoy día, y desde ya hace mucho tiempo, la gran cuestión es –por decirlo con Polanyi--  «la gran transformación» de los aparatos productivos y de servicios, de toda la economía, de las relaciones entre economía, ciencia, técnica y la cultura, entendida ésta  en su sentido más amplio. Todo ello en el cuadro radicalmente nuevo de la globalización, que ha puesto en crisis todo tipo de institutos políticos, sociales y culturales. Echarle en cara a los teóricos y políticos de la cuestión nacional, que antaño escribieron sobre el asunto, sería imprudente y, sobre todo, inútil. El problema es la fidelidad de quienes, aquí y ahora, leen aquellas enseñanzas, convirtiéndolas en Vulgata: es a estos a quien me estoy refiriendo en este ejercicio de redacción. No echemos, ni a favor ni en contra, más pesada carga sobre aquellos hombres de antaño, que algunos consideran sus maestros para hoy.  

El paradigma de la globalización exigiría que la «cuestión nacional» se redimensionara en «cuestión trasnacional» o, si se prefiere, «global». Porque aquella ha modificado todo tipo de relaciones, y –según cómo se mire--  está provocando una determinada impotencia en todas las izquierdas políticas y sociales. Una de las consecuencias de esa impotencia es el asidero de la «nación» donde se pretende confinar las últimas defensas para intentar resistir. Pero la nación --esa «isla mínima»-- ya no es el marco en el que las izquierdas políticas y sociales puedan concretar su acción colectiva con capacidad de intimidación. De una intimidación democrática eficaz que nada tiene que ver con la de los echaos p´alante.   Tampoco para generar un proyecto de utilidad para cambiar las cosas.

De manera que los sujetos nacionales deberían caminar aceleradamente a su reconversión en sujetos globales. Sería una de las metamorfosis –por utilizar una expresión tan querida al barbudo de Tréveris— más apremiantes en el mundo de hoy. En caso contrario me aventuro de manera imprudente a esta hipótesis: si la política de izquierdas y los sujetos sociales mantienen su nacionalismo,  y si los actores que intervienen en la arena pública y en el ecocentro de trabajo no se desencajan de sus prácticas actuales se convertirán en estantiguas y perderán representatividad y representación. Se irán convirtiendo en los últimos mohicanos. El final de esa parábola descendente sería la queja, acompañando al rey nazarita, con su lloriquedo del «¡ay de mi Alhama!».  

Dichos sujetos perderán «representatividad» porque se muestran incapaces de tutelar y promover la condición del asalariado y del ciudadano tal como es –y va siendo in progress-- en esta fase de la globalización; y, por ende, irá menguando su «representación» en los escenarios políticos y sociales. Hablando en plata: sería la victoria, tal vez definitiva, del neoliberalismo; de un neoliberalismo que pone sus huevos en nidos diversos; entre ellos, en ciertos sectores nacionalistas con bastón y tijeras de mando.       

 

Radio Parapanda.--  PEQUEÑA PARÁBOLA CERVANTINA DE CATALUÑA PASADO MAÑANA



2 comentarios:

  1. Creo que nacionalismo y socialismo, como conceptos son opuestos y personalemente me siento más identificado con un obrero ruso que con un magnate de mi ciudad, mis necesidades, mis anhelos y mis aspiraciones son parecidas.

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  2. La idea de que el proletariado no está objetivamente interesado en el problema de las nacionalidades tenía raíces teóricas profundas en el marxismo socialdemócrata. Éste era, a principios de siglo, un marxismo unilateralmente obrerista, determinista, economicista, penetrado de la idea de que el momento histórico no tiene más motivos que los basados directa e inmediatamente en la vida económica. Es mero oportunismo de las vigentes teorías socialdemócratas la espera del socialismo a través de las simples contradicciones de las relaciones y fuerzas [¿] de producción.

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