EL «PRINCIPIO DE IMPUNIDAD» DE LOS DE ARRIBA
Hans Jonas nos dejó un libro que, en mi indocta
opinión, ha sido poco estudiado: El
principio de responsabilidad que publicó la Editorial Herder
en 1995. Se trata de una obra que provocó un considerable mazazo a la
conciencia crítica; tal vez por ello se organizó a cosecha hecha el ninguneo
del libro por parte de los poderes (grandes, medianos, medianicos y diminutos).
Ni siquiera esta obra figura en las bibliotequillas de las sedes de la
izquierda (política, social o mediopensionista). Hans Jonas iba por libre, y a nadie
le gusta que un intelectual sea un francotirador.
Sin embargo, los imperativos que nos dejó el autor adquieren mayor
relevancia en los días que corren. Hoy, la «sociedad del riesgo» --de la que
tanto nos ha hablado Ulrich Beck-- está
siendo leída torticeramente y, sobre todo, de manera interesada por los poderes
de gran formato y también por los de calzón corto. Así las cosas, y violentando
lo que dice su autor, la sociedad del riesgo, que ya no es una contingencia, es
la expresión de un desajuste sistémico al margen de la actividad, directa o
indirecta, del hombre. Por lo tanto, no hay responsables. En todo caso, si
hubiera o hubiese algún responsable ahí está la antañona figura del Maestro
Armero que es muy anterior a la aparición de los libros de Jonas y Beck. Sin
embargo, para que todo tenga lógica, esta figura singular, el Maestro Armero,
ha ido desapareciendo de los idiolectos patrios para que tenga sentido que
nadie es responsable de nada.
Ahora bien, los poderes –dejemos ahora al margen los medianos,
medianicos y mediopensionistas-- han
creado algo que podríamos definir como el «principio de impunidad de los de
arriba»: el poder ninguna es responsable de nada; la responsabilidad siempre
está abajo. Es el maquinista cuando el tren descarrila; eso es cosa del albañil
cuando el afamado Calatrava ve que su edificio acaba haciendo un estropicio; la
culpa está en la codicia de esos ancianos que ponen sus ahorros en manos de las
preferentes. La guinda de ese
«principio de impunidad», durante estos días, está en el endosamiento hacia la
enfermera madrileña de las responsabilidades de la catástrofe del ébola: ella,
Teresa Romero, la infectada por el virus, es la responsable; las estructuras
patógenas del poder nada tiene que ver en ello. Decir que esto es obscenidad es
irse por las ramas: la obscenidad es esa clase de poder. Y más concretamente
cuando taxativamente ordena a sus estructuras (no menos patógenas) aquello de
«tapaos los unos a los otros».
Apostilla.-- Es recomendable que
en las bibliotequillas de las sedes de las izquierdas estén los libros de Hans
Jonas. De esa manera, cabe la posibilidad (remota, desde luego) de que alguien
le eche un vistazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.