miércoles, 27 de noviembre de 2013

ESTA DEMOCRACIA AUTORITARIA Y LOS SINDICATOS




Parece evidente que hay una estrecha relación entre el tipo de políticas económicas y sociales y las medidas que se están tomando en el terreno de las libertades. El caso es que ambas están conformando lo que podríamos calificar, sin empacho, como una «democracia autoritaria». Este vínculo entre lo uno y lo otro no se refiere a la crisis económica; se trata de utilizar, sin embargo, esta situación angustiosa de amplias capas de la sociedad, especialmente las menos protegidas, para cercenar bienes democráticos desde el centro de trabajo hasta los derechos civiles, cuya expresión más sangrante es el telón de cuchillas, llamadas concertinas para no infundir sospechas o el proyecto de ley de seguridad ciudadana que atenta gravísimamente contra el ejercicio del conflicto social. Unos bienes democráticos que, no pocos de ellos,  son llamados, desde esa democracia autoritaria, privilegios. Es una contrarreforma en toda la regla que está distorsionando la lengua a partir de una sociolingüística impuesta desde arriba. Ya habló e ella el maestro de sindicalistas Vittorio Foa en su bello libro Las palabras de la política (1). Claro que sí: palabras de la política que se van trasladando a un garrulo sentido común. Algo de eso dejó escrito Andrea Greppi: «… están teniendo lugar intensos desplazamientos semánticos que vacían de contenido las categorías elementales del léxico político» (2). Unos desplazamientos impuestos, naturalmente, desde arriba. O que acaban dando pie al transformismo de la flexiseguridad en flexiprecariedad, como apunta agudamente Rafael Borrás en un artículo reciente en el Diario de Mallorca (3)    

Digamos, pues, que la reforma laboral no fue una operación que se orientaba solamente a demoler bienes democráticos del universo del trabajo sino el inicio de un itinerario de más calado: el cuaderno de bitácora de la democracia autoritaria. ¿Habrá que seguir insistiendo en que la potente ofensiva contra el sindicalismo confederal (y el Derecho del trabajo, no se olvide) es la punta más visible de un iceberg que se orienta a la deforestación del mayor caudal posible derechos?.

A mi entender, la estrategia es la siguiente. De un lado, romper la conexión entre el sindicalismo confederal y el conjunto asalariado y, de otro lado, convertir el sindicalismo en una «agencia técnica» que acompañe acríticamente –y, por lo tanto, de manera subsidiaria— las políticas actuales, llamadas impropiamente de austeridad. Pues, según los autoritarios, derechos, poderes y controles desde abajo estorban, interfieren ese dogma tridentino del «no hay alternativa». O sea, en esta gran fase de reestructuración capitalista y de revolución industrial se tiende, desde arriba, a la desertificación de los sujetos críticos. En otras palabras, hay que destruir la relación con los trabajadores como elemento distintivo de la constitución material del sindicalismo de matriz confederal. Porque ese «elemento distintivo» es la garantía aproximada de la independencia y autonomía del sujeto social, y como la forma básica de representación de los asalariados es su organización sindical en el centro de trabajo es ahí donde hay que poner el hacha. Pero ese hacha apunto al conjunto de elementos del cuadro democrático. Y ya no se trata sólo de impedir el avance hacía una mayor democracia sino a descuartizar una buena parte de lo conseguido.

La democracia no es imparcial o, al menos, no debe serlo. Es ante todo un contenido cualificante. No es simplemente una forma sino, en esencia, un contenido. Y hacia ese contenido es donde se apunta. Insisto: desde el centro de trabajo. En ese sentido, vale la pena situar en qué momento parece iniciarse el nuevo rumbo hacia otro modelo de democracia («modelo» en el sentido como lo entiende C.B. Macpherson en su celebrado estudio sobre La democracia liberal y su época). Sugiero que revisitemos el libro de un joven Antonio Baylos Derecho del trabajo: modelo para armar (Trotta, 1991) donde el autor centra su reflexión en lo que denomina el proceso de «autolegitimación de la empresa capitalista», de un lado, y el inicio del «destronamiento» del contrato de trabajo y la relación comunitaria de trabajo, de otro lado. Es la praxis neo autoritaria de la centralidad de la empresa capitalista que intenta imponer sus condiciones (y, en no pocas ocasiones, lo consigue) provocando negociaciones fantasma bajo el lema de «lo tomas o lo dejas». Pongamos que hablo de los diez últimos años de la dirección de Panrico y la solución última del conflicto reciente.   


En apretada síntesis: estamos ante una situación que se va exasperando hasta el día de hoy donde «triunfa una economía que mata», según el Papa Francisco: una frase inquietante que habrá provocado más de un retortijón en curias y covachuelas institucionales, en palacios del management y casinos de alto alterne (4). Aunque, tal vez, en vez de sentirse aludidos se han sentido adulados. Ahora bien, una economía «que mata» necesita un eje de coordenadas adecuado a tal objetivo: la democracia autoritaria. Este es el problema central que tenemos en no pocos países, y en lo que a nosotros nos afecta el carácter de Mariano Rajoy, el Aznar Chico. También en Europa. Pues bien, contra esa reducción del perímetro democrático se está movilizando el sindicalismo confederal y ese movimiento de movimientos al que hemos hecho alusión en otras ocasiones.

Querida Carme Casas,  Espérame en el cielo:   http://www.youtube.com/watch?v=uFAdhLlDyBk

 

(2) Andrea Greppi. Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo. (Trotta, 2006)



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