Gabriel Jaraba*
Francisco, en las últimas jornadas de su viaje a Brasil,
ha hecho una declaración que no tiene precedentes en la historia del
papado: una defensa explícita de la laicidad del estado, que reconoce a todas
las religiones y no adopta ninguna posición confesional. Francisco sostiene que
la convivencia entre religiones se ve beneficiada por la aconfesionalidad de
las instituciones.
Francisco dijo que “la convivencia pacífica entre las
diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del estado, que, sin
asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia
del factor religioso en la sociedad”. Con ello, el obispo de Roma y primado de
la iglesia católica romana se sitúa plenamente en el campo de quienes han
venido defendiendo la concepción totalmente democrática del estado y al margen
de las posiciones más ultramontanas de la iglesia de Roma, sostenidas aún por
algunas conferencias episcopales, entre ellas la española.
Francisco se refirió también a la necesidad de que la
política y la economía sean también democráticas: “El futuro nos exige una
visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor
la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que
a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y
solidaridad”.
Hay que notar que las dos declaraciones, tomadas
conjuntamente, remiten al lema democrático y republicano “Libertad, Igualdad,
Fraternidad”, ostentado como divisa por los movimientos revolucionarios
ilustrados, a los que la iglesia de Roma se opuso continuadamente.
Francisco se refirió también a la tolerancia, bajo la
forma del diálogo: “Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una
persona, una familia o una sociedad crezca es la cultura del encuentro, una
cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden
recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos
acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Sólo así
puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la
estima de unas por llas otras sin opiniones previas gratuitas. Hoy, o se
apuesta por la cultura del encuentro, o todos pierden”.
Si bien desde el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica
Romana había adoptado la mayor parte de los principios que inspiran las
sociedades democráticas –sin aplicarlos en su propia estructura– esta es la
primera vez que un Papa declara explícitamente su adhesión a los principios de
la revolución democrática.
Foto: los zapatos viejos que usa Francisco.
*
Gabriel Jaraba en http://www.gabrieljaraba.com/el-papa-francisco-defiende-explicitamente-la-laicidad-del-estado
Conversando
con Gabriel Jaraba
Querido
Gabriel, estoy de acuerdo con lo que escribes sobre Francisco. Y diré algo más:
creo que, desde el campo de los intelectuales de izquierda, has sido el primero
en situarnos, desde los primeros andares de Bergoglio como Pontífice (el que
construye puentes) –sin papanatería
alguna— el carácter de la personalidad
de este hombre.
Francisco
ha llamado a la juventud a «armar lío», y como no es un Capitán Araña predica
con el ejemplo organizando una fenomenal zapatiesta. Es posible, pues, que
veamos cosas interesantes.
A mi
juicio, Francisco ha abierto una potente cesura con la doctrinal tradicional de
la Iglesia en
sus declaraciones sobre la «laicidad del Estado». (¿Te imaginas la cara que
pondría Palmiro Togliatti si lo hubiera oído?) Es, por tanto, una ruptura en
firme de los vestigios del constantinismo que siempre estuvo en estado de
latencia. Más todavía, la relación entre laicidad del Estado y el diálogo inter
religioso es además una interferencia contra el resurgir agresivo de los
movimientgos fundamentalistas que campan también en el corazón de Europa.
¿Dónde
quedan ahora las tesis de Ratzinger, suscritas por Rouco y sus hermanos, acerca
del acomodo y supeditación de las leyes civiles a los planteamientos de la Iglesia catóica? ¿Dónde
quedan ahora aquellos que voceferan para asegurar su fe?
Y,
comoquiera que todavía hay mucho de qué hablar (y más que se hablará porque
Francisco dará seguramente mucho más de sí), me pregunto sobre el destrozo que
este hombre ha hecho a todos los que, durante siglos –católicos, luteranos,
anglicanos, etcétera-- han demonizado al
maestro de Sant Andrea in Percussina, Nicolás Maquiavelo.
Querido
Gabriel, ¿durará mucho este «nuevo ciclo» que se abre, al menos en Roma y sus amplios
alrededores? Te saluda, con repiqueteos en la espalda, JLLB
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