La
dirección federal del PSOE, agobiada por la presión de sus compañeros gallegos,
está a punto de aprobar que los secretarios generales de cada organización
puedan ser elegidas por el método de las «primarias» (1). Por supuesto, tienen
todo el derecho a hacerlo y, de igual manera, un servidor lo tiene también
–incluso desde fuera del tendido socialista--
de opinar al respecto. Sea, pues, admitida esta impertinencia de alguien
que roza ya la edad veneranda. Como diría don Pedro Antonio de Alarcón –sin
que conste que nadie le llamara la
atención por la redundancia cacofónica-- “principiemos por el principio”.
No hay duda
del papel específico que tienen (o deberían tener) los grupos dirigentes así en
la auctoritas como en la potestas. Y menos duda, todavía, debe
tener el ejemplar carácter democrático de cómo se eligen. De su carácter
democrático vinculado a su recorrido participativo. Pues bien, relacionado o no
con estas consideraciones, ha aparecido en ciertas fuerzas de izquierda la idea
de la convocatoria de «primarias» (tal vez como contagio de la forma de elegir
al cabeza de cartel electoral) para elegir al primer dirigente de cada
organización.
¿Estamos
seguros que existe un círculo virtuoso de estas primarias versus el círculo
vicioso de cómo actualmente se eligen los secretarios generales? Más todavía,
¿se han calibrado todas las
consecuencias de esa variación? No ha podido calibrarse por la sencilla razón
de que no hay experiencias concretas al respecto, de manera que la propuesta se
basa o bien en la intuición o en una aparente estética que también es intuida.
Lo que viene a continuación no es una contrariedad al método de las primarias
para elegir a los primeros dirigentes de los partidos en sus diversos niveles.
Es una reflexión, todavía provisional, sobre el particular.
Si el
secretario general se elige erga omnes
–esto es, por todos lo militantes del partido--
no cabe duda que, así las cosas, la organización adquiere unos
determinados tintes presidencialistas; y mutatis
mutandi se va produciendo una
separación entre el secretario general y el resto del grupo dirigente. De un
lado, el cargo va adquiriendo un tono mayestático y, de otra parte, la
colegialidad se va desnaturalizando. Ya no existe el primus inter pares sino la figura tendencialmente ´monárquica´ del
secretario general. Con lo que el perímetro democrático participativo que se
buscaba con el método de las primarias se va desnaturalizando y acaba
convirtiéndose en lo contrario de lo que se pretendía corregir.
(1) A la
hora del cierre de este artículo me llega la noticia de que el PSOE va a
proponer que por ley se disponga que todos los partidos deben hacer primarias.
Otro día, si me acuerdo, argumentaré por qué me parece una idea disparatada.
Ni más ni menos que la dinámica del paso de los partidos de masas a los partidos populistas o, mejor dicho, post-modernos. De la democracia de los comités y de las instancias intermedias a los partidos-facebook y twiters. Una pena que este debate, el de la renovación de los programas y estructuras, empiece por el populismo del líder-maximo. Seguiremos
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