A lo largo de este último año hemos intentado
enjuiciar las decisiones políticas y administrativas de la derecha termidoriana
española. Digamos, pues, que en cada análisis que hemos hecho con mayor o menor
fortuna hay un balance itinerante de la gestión del Partido popular, liderado
(según afirman sus parciales, aunque la cosa no está suficientemente clara) por
Mariano Rajoy. Como elemento de autoridad no tengo más remedio --¡ay de mí!-- que recurrir al mismísimo Aznar, quien requerido
por TVE para que “pusiera nota” al presidente del gobierno respondió, con
sonrisa enigmática: “Hombre, no me haga usted esa faena”. No se me caen los
anillos si afirmo que se trata de una lucidez sobrevenida la de este hombre de
las Azores.
Tengo para mí que el mayor fracaso político del
Partido apostólico a lo largo de este año ha sido la palpable demostración de
que la derecha no gestiona mejor que la izquierda. Es más, con los datos en la
mano podemos decir pacíficamente que la derecha ha gestionado fatal la res publica.
Ese vulgar constructo –la bondad de la derecha para
gestionar-- se había convertido en un
teologúmeno de la iglesia neoliberal difundido por todos los piquetes mediáticos
desde las covachuelas ministeriales hasta los laboratorios académicos pasando
por los beneficiados de los diversos fondos de reptiles. Un constructo que,
incluso, se había contagiado en algunos caladeros de la aristotecnia de la gauche qui rie. Naturalmente esta gestión
se reparte, con mayor o menor generosidad, por todo el equipo de gobierno que
ha conseguido convertir al país en una inmensa agrupación de agraviados. Un
fracaso sin paliativos tanto en los asuntos domésticos como en los europeos. Nunca
un gobierno español tuvo tan poco predicamento en las cancillerías y la prensa
europeas como el que nos ha toca padecer durante el año que está a punto de
irse con la música a otra parte. Naturalmente, no escondo que esta es una opinión
de parte, pero ¿saben ustedes cuántas gentes –de babor y
estribor-- comparten esta opinión? Es,
por supuesto, una pregunta retórica.
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