Nota editorial. Don Lluis
Casas interviene en el debate Conversación sobre Catalunya. Que cuenta
con las primeras opiniones en : 1. UNA CONVERSACION, SOBRE CATALUNYA, 2. UNA CONVERSACIÓN SOBRE
CATALUNYA, 3. UNA CONVERSACIÓN SOBRE CATALUNYA.
Lluis Casas
No sé si me meto en camisas en once varas o en donde no me
llaman. Ambas cosas son peligrosas porque corres el riesgo que te mienten a la
madre, al padre, a tus orígenes o a tu circunstancia. Lo peor que te pueda
pasar es que alguno de los medios de manipulación se aproveche de lo escrito y
te ponga en una ficha ideológica por una línea entre cien, o por una simple
palabra entre mil. Como cuento, sin duda alguna, con la gallardía paparandesa y
sé que no voy a quedarme solo con el apoyo del primo de Sumosol, diga lo que
diga, ahí voy y sea lo que los dioses menores quieran.
Las dos entregas de la conversación son sumamente
interesantes y repletas de verdades y matices de gran importancia.
Independientemente del acuerdo o no que pueda tenerse con ellas. Constatación
que tal vez no hiciera falta, pero que quiero que conste.
La segunda parte de la conversación, que me recuerda argumentos y complejidades
ya veteranos, hace un excelente análisis del fenómeno convergente y del olvido
de la izquierda de lo que habían aconsejado múltiples teóricos y prácticos del
movimiento obrero y socialista o comunista. Las advertencias gramscianas sobre
la hegemonía (social, cultural, etc.) solo son un caso entre los muchos que
pueden citarse. Pero como no se trata de repetir lo dicho por Javier Aristu y
por José Luis López Bulla, voy a lo mío que pienso que puede ser complementario
en la conversación.
En primer lugar hablaré sobre el déficit fiscal. Argumento
aparentemente central en la estrategia independentista o simplemente reformista
del gobierno de CIU, la propuesta de pacto fiscal. Como el asunto es asaz
complejo y de cifras se trata, evitaré el lenguaje tecnológico del economista e
iré directo a la tesis, que tengo por probada.
Efectivamente, Catalunya tiene un balance fiscal con el
resto de España negativo. Eso significa que aporta per cápita menos de lo que
recibe. Dicho así nada es anormal. En todos los países existen flujos fiscales
desde los territorios con mejores ingresos hacia los situados por detrás. Lo
anormal es que en base a ese flujo, Catalunya acabe recibiendo una cifra menor
per cápita para financiar sus servicios públicos básicos y una menor aportación
para sufragar las infraestructuras que corresponde al mayor exportador del país
que las CCAA que se benefician de ese flujo. De ahí se explica, al menos en
parte, la deuda acumulada por Catalunya, la mayor del estado (ojo, a pesar de
ello esa deuda es todavía absolutamente manejable, menos de un 30% del PIB
catalán, muy por debajo de los landers alemanes o los estados canadienses o,
etc. etc.). El debate sobre el monto concreto de ese déficit varia con el
método de cálculo y con el que paga el estudio, pero no hay duda de su
existencia y de su importancia. A ello viene a añadirse la dichosa crisis y el
cambio en el balance fiscal estatal. Antes existía un superávit y por lo tanto,
el cálculo del débito para Catalunya tenía pocas pegas. Con el cambio producido
por la crisis y el paso a un déficit estatal financiado externamente, a coste
muy alto, los flujos fiscales entre CCAA y el Estado se complican. Una parte de
las aportaciones financieras para las CCAA ya no provienen del mecanismo
interno (los flujos de Catalunya, Madrid, Valencia, Baleares), sino simplemente
del ingreso de la deuda.
Pese a ello, permanece el problema básico: Catalunya sigue
aportando más de lo que recibe y de descoloca hacia abajo en el ranquin de
ingresos per cápita para el servicio público. Una forma de decirlo es que el
ciudadano en Catalunya dispone de menos dinero para la educación, la sanidad,
los servicios sociales y el resto de prestaciones básicas que los ciudadanos de
Extremadura o Andalucía, por ejemplo.
La conclusión es, pues, que la reclamación financiera
catalana tiene sentido y proviene de una necesidad esencial. La cifra puede ser
discutida, probablemente no es ese 16.000 millones (ni mucho menos, me consta
que tanto en los medios universitarios, entre algunos partidos y en el propio
gobierno catalán existen cifras alternativas mucho más realistas, pero que dada
la coyuntura se ocultan) anuales que algunas exhiben como una cruz a la que
seguir, pero está en unas cifras que merecen atención y reforma.
Ese camino, el de la reforma, dio un buen salto con el
tripartito y con el nuevo Estatut, que hizo aumentar significativamente los
ingresos para el servicio público en Catalunya en una cifra de unos 3.000
millones anuales y consiguió enderezar la posición en el ranking levemente por encima de la media. Eso la derecha
nacionalista se lo ha pasado por donde ustedes saben, sin reconocer nunca el
substancioso cambio en la cifra y en la propia deriva prevista.
Hasta aquí la parte del déficit fiscal. Existe, es
importante y la economía catalana y el ciudadano catalán necesitan el
reequilibrio, sin eliminar las aportaciones solidarias hacia otros territorios.
Por ello es absurda la insistente negativa a la reforma e incluso la negativa
del hecho en sí, como tan a menudo se está dando. Para una parte de los
receptores de las aportaciones provenientes de Catalunya, alguien les ha
vendido el mundo al revés.
Dedicaré unas líneas a una sección del déficit que se
contabiliza a parte: la inversión estatal en Catalunya, regulada también en el
Estatut e incumplida permanentemente por el Estado. Catalunya como uno de los
ejes motores de la economía española y el principal exportador de bienes y
servicios necesita que su productividad social no se vea dañada por la falta de
inversión en comunicaciones, transporte ferroviario, medio ambiente,
tecnología, etc. Su competitividad depende de ello. Hasta el reciente Estatut,
este apartado producía más vergüenza que otra cosa a la vista de la
distribución que el Estado federal hacía de sus inversiones (al margen esa
parte de la inversión tipológicamente inútil que hemos visto aparecer
recientemente en toda su crudeza). No hace falta que les cite concreciones, son
tantas que con ejemplarizarlas con las conexiones ferroviarias en el puerto,
con la frontera francesa y con el aeropuerto me parece que bastan (para mejor
información me remito a “Espanya, capital París” de Germà Bel). Pues bien, con
el Estatut vigente, el estado ha seguido incumpliendo lo que la ley le obliga y
lo que Catalunya necesita. Visiten, sino las obras de la NII y comprueben como está la
conexión pública con Europa. Eso es innegable.
La suma de los dos aspectos refleja un panorama
perfectamente instrumentalizable (o dignamente utilizable) para establecer que
no hay forma de reformar y más vale salir por la ventana.
Siguen más cosas, pero dejo a los probables interlocutores
el turno.
Lluís Casas andante moderato
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