El poeta granadino Luis García Montero ha escrito un
artículo en su blog: Teoría de la
militancia. Este intelectual es de sobras conocido, también por el
fuerte compromiso que desde siempre ha tenido con la causa de los de abajo.
La utilidad de su
reflexión es enorme precisamente en estos momentos de sostenida confrontación
con las prácticas neoliberales y el termidorismo político en España. Nada tengo
substancial que añadir a lo dicho por García Montero. Si acaso una
consideración que me ronda la cabeza de un tiempo a esta parte: la militancia
no es plato de buen gusto para la gran mayoría de fuerzas políticas. Por esta
sencilla razón: es una interferencia para el poder discrecional de los grupos
dirigentes. Por lo general el militante, al actuar directamente en el suelo de
la sociedad –si no está excesivamente contagiado por la fe del carbonero-- percibe los humores de las personas de carne
y hueso, y con ellos debate los temas candentes que preocupan a los sectores
con quienes se relaciona. El militante está en medio de los contrastes entre lo
que deciden los grupos dirigentes de su formación y el común de los mortales.
Si no tiene excesivas legañas en los ojos está en condiciones de comparar. De
ahí que el militante pueda ser alguien que quiera llevar la voz de esos
contrastes que percibe. Así las cosas, el militante es una fuente potencial de
conflictos internos en su propio partido o asociación. En suma, a la organización
convencional no le interesa una militancia frondosa sino prótesis que,
acríticamente, lleven los mandatos (que hoy pueden ser unos y mañana sus
contrarios) a la ciudad y al orbe.
De manera que hay una relación estrecha entre militancia y participación en la elaboración de las ideas y contenidos políticos del partido o la asociación. Lo que se da de morros con el decisionismo de las diversas líneas de mando. Así pues, el militante queda desactivado y reducido a un agente propagador del cacofónico argumentario que le viene desde arriba. Es la taylorización de la política, que está referida sólo a los lugares institucionales. Donde el militante es reducido a mero activista; de ahí que se deba hacer una distinción entre el activista y el militante.
Sorprende, por lo demás, que ningún partido o asociación haya situado dónde está la soberanía de su organización. No está en el conjunto de su afiliación porque no se encuentra escrita en ninguna norma estatutaria y, ni siquiera, es practicada.
Recuperar la militancia no es cosa fácil. Nos
referimos a la militancia informada y formada para una participación activa e
inteligente. No es cosa fácil porque ello requiere un prerrequisito básico: la
reformulación del carácter de los partidos y asociaciones, con normas
obligatorias y obligantes. Una reformulación en dirección contraria de los
nuevos cacicazgos centrales, autonómicos y locales de cada partido y asociación.
El intelectual colectivo, de momento, ha sido derrotado por el taylorismo político.
Habrá que salir de ahí: de ese estadio de "servidumbre voluntaria" de los inscritos en un partido o asociación.
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