Joaquín Aparicio e Isidor
Boix intervienen en la conversación sobre
LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN.
Los comentarios de Aparicio
se encuentran en LIBERTAD, CIUDADANÍA, TRABAJO. IMPRESCINDIBLE BRUNO
TRENTIN. Isidor Boix lo
hace a continuación.
Queridos
José Luis y Paco, a propósito de La ciudad del trabajo y de las útiles
e interesantes conversaciones, a las que ahora se ha sumado Antonio Baylos.
Llevo días esperando
encontrar un rato suficiente para intervenir en vuestras conversaciones. Y cada
día que pasa resulta más complicado porque se suman nuevas aportaciones, ideas,
sugerencias y provocaciones. Me decido ya partiendo de un hilo conductor en las
consideraciones de Trentin y en vuestros comentarios en torno a dos ideas
básicas.
Por una parte me parece muy
útil la referencia a una componente esencial del “alma” del fordismo, la que
apunta que “no hace falta que el trabajador piense”. Constituye sin duda una de
sus premisas para una organización del trabajo en la que se pretende darle al
trabajador todas las pautas, no sólo los tiempos y métodos, sino la prohibición
de pensar, porque pensar distrae, y, por tanto, supone una disminución del rendimiento.
Pretendían los teóricos fordistas que la productividad del trabajo, en un
trabajo “en cadena”, se garantizaba si éste consistía en una simple acumulación
de movimientos inscritos y automatizados en la mente, las manos y los pies del
obrero, y ordenados, impuestos, por los portavoces de la empresa. Es evidente
que de esta concepción se desprende que no debe haber negociación sobre la
organización del trabajo y que por tanto, como señaláis, lo único a negociar es
el tiempo que el trabajador pone a disposición del empresario y el precio,
salario, que por ello éste le paga. Una simple fórmula que hemos ido rompiendo
en la práctica sindical cuando al art. 1 del Estatuto de los Trabajadores le
hemos sumado el 3 y, sobre todo, los convenios colectivos en sus diversos
ámbitos, en los ámbitos de solidaridad y de intereses comunes, es decir los
ámbitos de disputa también sobre la organización y los derechos en el trabajo.
Los derechos del trabajo como expresión de las peculiares formas de la
democracia como objetivo en el centro de trabajo, conscientes de que ahí no es
de aplicación lo de “un hombre un voto”, pero sí lo de conseguir que hayan dos
votos, el de la empresa, es decir el equipo de gestión, y el de los
trabajadores, es decir del sujeto creado a través de sus formas de organización
y representación, el sindicato. Por ello considero de tanta importancia el
concepto de derechos del trabajo, de intervención sindical, como objetivo a
negociar, conquistar y construir a lo largo de todo el cuerpo del convenio.
Y de la mano de estas
consideraciones vendría la otra cuestión que quería comentar, la de “los
corporativismos”. En plural, porque ahí hemos ido avanzando en cantidad y
cualidad, y algo en las formas de abordarlos desde le perspectiva, y el
convencimiento, de la existencia de intereses sindicales comunes en los
diversos colectivos que integran la clase trabajadora. Considero necesario
afirmar mi convicción de que la esencia del sindicalismo lo constituye su
carácter de “organización de intereses”, con el interés individual como punto
de partida para alcanzar la conciencia de la existencia de un interés
colectivo.
Recuerdo que en los años 70,
cuando mis aventuras en relación con la política y el sindicalismo me llevaron
a una estrecha relación y colaboración con Albert Fina y Montserrat Avilés y su
despacho, “el despatx”, Albert me planteó, como preocupación derivada de su
intensa experiencia en la defensa de los derechos del trabajo, algo que no se
me había ocurrido como consecuencia sin duda una de las inercias del
estalinismo que había alimentado el inicio de mi actividad política. Me comentó
Albert la posible contradicción, es decir la existencia de tensiones, entre
intereses individuales y colectivos en la clase obrera. Y me señaló que desde
el sindicalismo italiano, por parte también de las corrientes progresistas de
los estudiosos del derecho de ese país, se estaba trabajando en el tema. Seguro
que Bruno Trentin alguna culpa debió tener en ello. Considero que inevitable la
existencia de contradicciones entre lo individual y lo colectivo sin que
ello suponga una confrontación global entre ambos niveles, lo que supone evitar
una primera y fácil simplificación como sería la de tildar de “corporativismo”,
con su connotación peyorativa, toda tensión entre intereses de los diversos
niveles de los colectivos. Se trata de un tema que entiendo crece en
importancia en la medida que el incremento cuantitativo de la clase trabajadora
ha ido acompañado de una mayor diversificación, una mayor heterogeneidad, en relación
con las diferencias de edad, de género, de modalidad contractual, de formación,
de país de procedencia, de formas de vida, …, a la vez que una mayor
interrelación entre todas las personas que la integran en el globo. Considero
precisamente como uno de los mayores retos al sindicalismo la necesidad de
organizar cada uno de los colectivos que constituyen la clase trabajadora,
integrándolos en colectivos más amplios, y encontrando las formas de definir
los intereses colectivos a los diversos niveles como síntesis, tutela y
mediación de los intereses individuales y los de los colectivos más reducidos. Saludos,
Isidor.
Queridos Joaquín, Isidor y José Luis,
Pedimos de forma insistente democracia en los centros de trabajo,
y vale la pena detenerse unos instantes en la reflexión sobre qué es lo que
entendemos por democracia, y a quién afecta. Tu comentario, Isidor, es muy
certero en ese sentido.
Para el
patrón (para el ‘mánager científico’) la democracia en la empresa está fuera de
cuestión porque no existe contraparte a su poder de decisión. La masa de los
asalariados no sólo no tiene voto; tampoco tiene capacidad de pensar, o para
ser más precisos, no debe pensar durante el tiempo de trabajo
porque cualquier pensamiento perjudica el proceso de producción tal como ha
sido establecido por la autoridad del mánager de una vez para siempre. La
fuerza de trabajo es un fondo abstracto, fungible: un trabajador puede ser
sustituido por otro en cualquier eventualidad porque no hay unas cualidades
específicas que lo individualicen (o porque las cualidades individuales y
específicas que posee no son relevantes a efectos de la tarea concreta que
realiza).
La
intervención sindical ha permitido oponer en la empresa, en el ramo, en el
territorio, un voto contra uno: el de los trabajadores contra el de la
dirección o la patronal. El voto de los trabajadores tiene un peso mayor o
menor según la correlación de fuerzas en presencia, pero es un voto con el que
hay que contar en todo caso. A partir de ahí, sin embargo, conviene plantearse
un problema distinto: cómo se construye, en el día a día pero también en los
momentos de las grandes opciones, el voto de los trabajadores, ese voto que
vamos a oponer al del patrón.
Porque el «o
todos o ninguno», el unanimismo de la mano alzada en las asambleas internas, no
sirve siempre. Me atrevo a decir, como tú mismo Isidor lo sugieres, que sirve
cada vez menos, por la diversidad cada vez mayor de situaciones, de
procedencias, de culturas, de intereses legítimos, que coexisten en el mundo
del trabajo asalariado.
Es justamente
la preocupación que te expresaba Albert Fina, por cierto una figura de una
talla inmensa que merece el recuerdo y el agradecimiento de nuestra generación:
todos nos sentíamos un poco más protegidos de la intemperie franquista en el
refugio de libertad y de tutela que nos proporcionó el despacho laboralista que
llevaba su nombre y los de Montserrat Avilés y Ascensión Solé, compañeras
también inolvidables.
Si la
democracia consiste en algo más que los dos lobos y la oveja que citaba el otro
día, habrá que concluir que las decisiones de los colectivos de trabajadores
deben construirse de forma más elaborada que en la asamblea soberana. Es un
tema viejo y superado, pero no siempre damos con la tecla de las alternativas
precisas para expresar y recoger con precisión los sentires y las aspiraciones
divergentes de un colectivo. La asamblea sería idónea en el caso de que los
trabajadores fuéramos tal como nos ve el mánager taylorista: una fuerza
anónima, indistinta, un bloque compacto con una identidad y una voluntad
únicas. Como de hecho no es así, la regla democrática impone preservar los
intereses individuales, o los de grupos minoritarios, en aquello en lo que no
se contraponen a la mayoría, y buscar siempre una síntesis aceptable para el
consenso del mayor número de implicados. Tú, Isidor, lo expresas mejor de lo
que yo podría hacerlo en el último párrafo de tu intervención.
Y ese
ejercicio democrático será una manera más de incrementar los espacios de
libertad y de ciudadanía en el trabajo, una reivindicación omnipresente en la
vida y el pensamiento de Trentin que tú, Joaquín, has glosado de forma tan
clarificadora como elegante. La luz de esa libertad ideal viene a iluminar con
su serena bellezza este pomeriggio parapandés en el que
el fragor de los rescates bancarios remueve ecos amortiguados en el paisaje
serrano como el retumbo de un trueno lejano que anuncia tempestades inminentes.
Saludos, Paco.
Queridos amigos, vais a perdonarme que no tercie hoy
en el meollo de la conversación. Estoy
impresionado por el pomeriggio di serena
bellezza al que aludía Joaquín comentando un texto de Foa y Trentin. Que me
lleva a la memoria el famoso verso lorquiano: Con qué trabajo deja la luz a Granada / se enreda entre los cipreses /
o se esconde bajo el agua. Tan sólo
diré que me parece obligado, amigos míos, que vayamos pensando en organizar un
homenaje a Montserrat Avilés. Si os parece bien podríamos erigirnos en el
primer y provisional núcleo de una comisión organizadora. Ya me diréis. Os
propongo que, además, cooptemos al joven Ramon Plandiura, famoso por su
activismo y su ubícua militancia. Saludos, JL
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