Comentarios al CAPÍTULO
9 “La política sin calidad”. En
los próximos días se publicará la entrada en debate sobre el libro de Trentin
de nuestros queridos amigos Isidor Boix y Joaquín Aparicio.
Querido Paco, yo
recomendaría este capítulo a quienes escriben y a los que se interrogan de
dónde viene la crisis de identidad de las izquierdas europeas y cuál es su
carácter. Lo digo porque hasta la
presente no he leído nada convincente. Por ejemplo, tras la derrota de Zapatero
hubo una considerable avalancha de artículos en diversos medios examinando la
situación de la izquierda y más en concreto el estado de la cuestión del PSOE.
Todo quedó reducido a cuestiones técnicas
y otras islas adyacentes. Ahora, tras la afortunada victoria de Hollande en
Francia empieza un run-rún de clarines que irresponsablemente hablan de un cambio de ciclo. Lo que amenaza
nuevamente a no entrar tampoco en el fondo de la cuestión. No creo que Trentin
exagere cuando dice, al final del capítulo, que si no se llega al fondo del
problema la izquierda debe asumir conscientemente su lutto, dice en el original, que yo para templar un poco la gaita he
traducido como “desgracia”.
Me permito ahora cambiar de
tercio: algunos amigos me han hecho llegar sus impresiones –unos con alarma,
otros con alegría-- sobre el comentario
que hice en nuestro anterior carteo sobre la díada SINDICALISMO DE TUTELA, SINDICALISMO DE TRANSFORMACIÓN. Seguramente he merecido estas alarmas al no
haberme detenido en la explicación. Procuraré aclarar lo que dejé a medias el
otro día. Lo hago porque también tiene una relación directa con este capítulo.
Francamente, no quiero contraponer el
sindicalismo de la transformación con el sindicalismo de la tutela. A condición
de que dicha tutela se ejerza en el
cuadro de las transformaciones en curso. Por supuesto, bienvenidas sean las
tutelas y todos los mecanismos tuitivos, incluso tal como las está gestionando,
todavía en el viejo paradigma, el sindicalismo confederal. Pero ese ejercicio de
bienes democráticos no transforma y su conflicto no intimida. De donde yo
infiero que habría que establecer una relación entre reivindicaciones y el
ejercicio del conflicto. Si las reivindicaciones se siguen inscribiendo en el
viejo estadio no intimidan, ni tampoco el conflicto que puedan generar. Por
supuesto, habría que matizar mucho las cosas, pero prefiero darle ese tono
jupiterino para llamar la atención.
Oye, no te lo vas a creer: supongo que has
leído el artículo conjunto que hemos firmado unos cuantos dinosaurios contra el
proyecto de Eurovegas, encabezado por Victoria Camps. Pues bien, El Periódico
nos lo devolvió diciendo que era “inoportuno”. Por otra parte, El País prefirió
darle un formato algo chocante: hizo algo así como un reportaje intercalando
algunos entrecomillados. ¿Habrase visto? Te dejo, porque me voy a Madrid al
seminario sobre Bruno Trentin, que organiza nuestro viejo amigo Daniel Lacalle,
presidente de la Fundación
de Investigaciones Marxistas.
Como diría nuestro Anselmo Lorenzo, tuyo en la Idea , José Luis.
Querido José Luis,
No tengo la sensación de que hayamos
hecho en el curso de nuestras charlas ningún desprecio, que sería inmerecido,
del sindicalismo de tutela. O dicho de otra manera, sin utilizar etiquetas que
siempre deforman, del ejercicio de tutela de los derechos de todo tipo de los
trabajadores, a través de la intervención sindical. Lo que sí hemos reclamado
con insistencia del sindicato es que asuma en su campo de acción 'algo más' que
tutela: que cree una tensión ideal entre la tutela de lo existente y un
horizonte de reformas, y combine la gestión de lo inmediato con los movimientos
estratégicos a medio y largo plazo.
Otra forma de aludir al mismo problema
la utilizas tú al explicar que el conflicto situado dentro del viejo paradigma
no intimida, y en cambio sí lo hace cuando se sitúa en una perspectiva nueva y
más exigente. Supongo que es necesario aclarar también lo que entiendes por
'intimidación' en este caso: no la amenaza de violencias, de destrozos o
perjuicios económicos graves, que la derecha económica y política es capaz de
encajar sin un pestañeo (porque desmovilizan y desmoralizan a la ciudadanía),
sino la de abrir espacios nuevos al debate y al protagonismo de las clases
subalternas.
Trentin describe la actitud de la
izquierda política en Italia en los años noventa como una política «sin
adjetivos y sin calidad». Una política que no se desplegó como factor de
identidad de una orientación política y social, sino meramente como «factor de
homogeneización de una 'clase política' o de una burocracia de estado.» Los
programas que elaboraban las fuerzas políticas se dirigían a mostrar su
competencia para gobernar: eran mosaicos completos y bien trabados de
propuestas sectoriales, con un sentido social incluso. Pero en ellos se fue
oscureciendo hasta desaparecer «la perspectiva de transformación radical del
cuadro social existente.»
Al considerar lo existente como un dato
de hecho, inamovible, la izquierda perdió una seña de identidad importante: la capacidad
de propuesta de un nuevo
proyecto de sociedad. Un proyecto que habría de reposar en un gran pacto de solidaridad entre los
trabajadores (los subrayados
en los dos casos son de Trentin), es decir, en «la reconstrucción gradual de la
solidaridad entre los diversos segmentos del inmenso universo del trabajo
subordinado.» Este proyecto, dice Trentin, es el que podrá dar «sentido,
coherencia, valor y perspectiva a las medidas concretas, incluso las de
carácter inmediato, que se proponen ante las exigencias contingentes.»
Creo que las citas entrecomilladas
aclaran con suficiencia lo que intentabas decir al proponer que el sindicalismo
se dote, no sólo capacidad de tutela, sino de transformación.
Atentamente, Paco
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