Mi amigo Paco Rodríguez de Lecea y un servidor nos proponemos debatir al alimón, capítulo a capítulo, el libro de Bruno Trentin que irá apareciendo por entregas en LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN). Este es el inicio de los comentarios y versa sobre el primer capítulo del libro La ciudad del trabajo, la izquierda y la crisis del fordismo. 1.-- ¿PERO HUBO OTRA IZQUIERDA?
Querido José Luis.
Anoto, como lector impertinente de ese
primer capítulo de Trentin, un par de asuntos que me “provocan”. Lo expreso así
porque el capítulo es un preámbulo, una declaración de intenciones de por dónde
se propone ir el autor, y con él pasa como con el menú de los buenos
restaurantes: sólo de leerlo, abre el apetito.
Primer asunto: si la crisis ha cogido a
la izquierda “con el pie cambiado” (la formulación es bondadosa, más exacto
sería decir que con la crisis la izquierda ha perdido pie, o, más cruelmente,
que se encuentra en caída libre), la razón es que ni ha sabido preverla ni la
ha afrontado, una vez aparecida, con una mentalidad adecuada. Trentin dixit.
¿Por qué? Porque la crisis irrumpe con la aparición de tecnologías nuevas que
cambian el modo de producción y la organización del trabajo, y en cambio
también la izquierda arrastra en su interior la herencia pesada de la
influencia taylorista-fordista.
¿“Toda” la izquierda? Al menos la que
cuenta, la sinistra vincente. Es decir, tanto los sindicatos
mayoritarios como los partidos que, entre los que “pillan cacho” en las
contiendas electorales, reivindican en sus programas y en sus estatutos el rico
fondo patrimonial de las ideas que llamamos de izquierdas.
Hubo una época en que nosotros las
gentes de izquierdas dábamos importancia a la diferenciación entre democracia
“formal” y “material”: la primera era la igualdad teórica de todos los
ciudadanos tanto ante las urnas como en el ejercicio de las protestas y reclamaciones
pertinentes por las vías legales y judiciales establecidas (simplifico, pero me
entiendes). La democracia material era la sustancia, el resultado concreto de
esos derechos formales en la cesta de la compra así material como espiritual,
en el poder adquisitivo y en la igualdad de oportunidades en el acceso a la
cultura. Sin democracia material, la formal era un engañabobos, un instrumento
más de subordinación.
Recuerdo la época en la que voces
autorizadas dijeron que de eso nada, que la democracia era democracia a secas,
sin adjetivos, un entramado formal y neutral de derechos, garantías y
cortapisas. Un terreno de juego sobre el que después había que disputar la
partida y tomar nota del resultado, positivo o negativo. Con esos bueyes había
que arar.
Hacia la misma época se dejó de poner
énfasis en incidir desde los planteamientos de los trabajadores en los cambios
en el modo de producción para poner todo el acento en la redistribución. El
welfare, el estado social, pasó a ser el horizonte único de nuestros desvelos.
Profundizar y extender el welfare a todos los estratos sociales, se convirtió
en la tarea de una izquierda establecida cuya consigna más coreada pasó a ser
la de la eficacia en la gestión, la honradez contra la corrupción y el ahorro
contra el despilfarro.
Mi intención no es cuestionar aquella
fe en el welfare, sino constatar que se olvidaron otros aspectos, y que lo que
se ofreció al electorado de izquierda fue una “revolución pasiva”, para retomar
las palabras de BT. Una revolución que había de ser cómoda para todos e
indolora. Desmontar pieza a pieza el welfare se
ha convertido hoy, paradójicamente, en la misión sagrada de la derecha pura y
dura, y también ella, ¡oh casualidad!, se ampara en este punto en argumentos de
eficacia y de lucha contra el despilfarro.
Hay más. El taylorismo-fordismo no sólo
se instaló entre nosotros como el orden natural de la sociedad: pasó a ser
también el orden interno natural de las organizaciones de derecha y de
izquierda, tanto las económicas como las políticas. Los organismos de dirección
eran la cabeza pensante que explicaba a las bases qué y cómo había de hacerse
en cada momento. En la relación entre partidos y sindicatos, tanto si
atribuimos la paternidad de la idea de la correa de transmisión a Lassalle como
si al señor Taylor, funcionaba la misma regla de división del trabajo: el
partido (la dirección del partido, en realidad) era la cabeza, el sindicato el
brazo ejecutor.
¿Cabe extrañarse de que, cuando el
paradigma ha cambiado, los partidos políticos se hayan quedado sin bases? ¿No
hay en este asunto, querido José Luis, os invoco a BT y a ti, un giro
copernicano pendiente en la forma de actuar de unos partidos que hoy estudian
las encuestas de opinión para componer a partir de ahí el abanico de propuestas
que van a defender ante el electorado en las siguientes elecciones?
Segundo asunto, la importancia de la
sociedad civil frente al estado. Para una izquierda ortodoxa, el orden correcto
parecía ser conquistar primero el estado y transformarlo para a partir de ahí
transformar la sociedad civil. El programa máximo cambió después y ya no se
habló del estado sino del gobierno; una sólida mayoría progresista de gobierno
permitiría emprender las reformas y transformaciones pertinentes, a un ritmo
pausado pero seguramente implacable. La sociedad civil quedaba en ambos casos
en un segundo plano, como una asignatura pendiente de aprobar más adelante.
Hoy emergen formas de asociación y de
coordinación en la sociedad civil, al margen de las organizaciones de la izquierda
establecida, pero no de las ideas de la izquierda. El 15-M, etc. Con grandes
problemas internos y con laceraciones, claro. Esos problemas son como las
ampollas en la piel de un cuerpo social sacudido por la fiebre (metáfora
audaz.) Te pregunto si no habrá que cambiar el orden de las prioridades y poner
por delante el trabajo de partidos y sindicatos en y con la sociedad civil. Me
acuerdo de cuando el partido en el que milité no sólo se proclamaba “partido de
lucha y de gobierno”, sino partido-escuela. En este embrollo nos hace falta
insistir más en la educación, en la participación activa, en la cohesión, en la
elevación de las miras y la ambición de los objetivos. Luego de conseguir
resultados tangibles en este terreno, se podrá aspirar a volver al gobierno del
estado, de las autonomías y de los municipios con programas más creíbles porque
estarán más respaldados.
Tercer asunto, que es corolario de lo
anterior. Puede que este sea un buen momento para la unidad, por lo menos para
los dos grandes sindicatos, aunque también para acercamientos de posiciones
entre partidos grandes o pequeños que se reclaman de la izquierda. Pero
sospecho que las unidades hechas por arriba no servirán para nada. El
procedimiento habrá de ser siempre el mismo: ir primero a la sociedad civil, y
luego, a partir de un consenso activo sustancioso, enhebrar la aguja de los
pactos.
__________________________
Querido Paco, comparto plenamente tu
comentario. En relación a la bondad de nuestro amigo en sus referencias a la
izquierda creo que tiene una explicación: Trentin era heterodoxo hasta en su
forma de hablar. En un país tan gestual como Italia (la explicación también
vale para nosotros) era comedido en su lenguaje; en otra ocasión –me parece que
fue en el discurso de doctor honoris causa por la Universidad de
Venecia— afirma con relación a lo mismo— que “la izquierda ha estado
distraída”. Formas educadas de expresarse, diría yo, aunque el cogotazo, por
venir de quien viene, es bastante fuerte.
Sobre la relación entre sociedad y
estado (el segundo punto de tu comentario) deberíamos esperar a entrar en él,
porque el tercer capítulo de la obra trata precisamente, entrando ya en harina
candeal, de ¿Cambiar el trabajo y la vida
o conquistar antes el poder?, que es su título.
Estoy contigo: las unidades hechas sólo
por arriba llevan el germen del fracaso o de una posterior vida lánguida.
Precisamente es lo que temo con relación a la unidad sindical orgánica del
sindicalismo español. La cosa puede ir para muy largo, pues no parece que nadie
esté por la labor. Yo estoy dando la tabarra públicamente desde hace tiempo
invitando a pensar en cómo poner las bases para construir un sindicato
unitario. Si no es con una amplia y debatida participación no se irá muy lejos,
y se corre el peligro de que cuando se haga acabe siendo una operación
verticista con criterios y objetivos, llamemósle educadamente, administrativos.
Bueno, en este menú del primer capítulo
(una obertura que adelanta los temas que vendrán a continuación como hizo Verdi
en La forza del destino) destaca, en
primer lugar, la heterodoxia del autor cuando, poniendo como chupa de dómine a
la izquierda vincente mientras que
invita a bucear en el archipiélago de la izquierda libertaria. Me imagino que a
los amigos, conocidos y saludados de Trentin se les debió poner los pelos de
punta. Pero ese es un camino al que se debería prestarle más atención.
Bien, querido Paco, ya entraremos en
más detalles cuando el autor se meta, todavía más a fondo, en el florido
pensil. Te aseguro que lo pasaremos bien, y hasta es posible que nuestras
amistades sindicales sientan la curiosidad que tenemos por nuestro amigo Bruno
Trentin.
Te agradezco la observación del
disparate cometido en la traducción: lo he corregido, ahora se traduce "travaglio" por malestar. ¡Choca esos
cinco! Ponme a los pies de doña Carmela.
Habla Quim González
Felicidades Paco y Jose Luis por el experimento en el que os habéis metido, creo que puede salir un combinado de ideas muy jugoso y atractivo si siguiese como habéis empezado. Me parece especialmente atractiva la ventana que abre Paco con su afirmación de que : ""El taylorismo-fordismo no sólo se instaló entre nosotros como el orden natural de la sociedad: pasó a ser también el orden interno natural de las organizaciones de derecha y de izquierda, tanto las económicas como las políticas. Los organismos de dirección eran la cabeza pensante que explicaba a las bases qué y cómo había de hacerse en cada momento". Creo que es precisamente en esta afirmación donde se condensan una parte, no pequeña, de las dificultades que tenemos las organizaciones sindicales y políticas para percibir el cambio real, profundo y radical que ha representado la superación, imperfecta y desigual es verdad, pero muy general del taylorismo-fordismo. Quiero decir que es precisamente la dificultad para superar la inercia de la vieja organización del trabajo y con ello de la vieja sociedad donde residen muchas de nuestras dificultades a la hora de encontrar propuestas adecuadas para el actual mundo del trabajo. Gracias amigos por pensar. Joaquim González Muntadas
Habla Quim González
Felicidades Paco y Jose Luis por el experimento en el que os habéis metido, creo que puede salir un combinado de ideas muy jugoso y atractivo si siguiese como habéis empezado. Me parece especialmente atractiva la ventana que abre Paco con su afirmación de que : ""El taylorismo-fordismo no sólo se instaló entre nosotros como el orden natural de la sociedad: pasó a ser también el orden interno natural de las organizaciones de derecha y de izquierda, tanto las económicas como las políticas. Los organismos de dirección eran la cabeza pensante que explicaba a las bases qué y cómo había de hacerse en cada momento". Creo que es precisamente en esta afirmación donde se condensan una parte, no pequeña, de las dificultades que tenemos las organizaciones sindicales y políticas para percibir el cambio real, profundo y radical que ha representado la superación, imperfecta y desigual es verdad, pero muy general del taylorismo-fordismo. Quiero decir que es precisamente la dificultad para superar la inercia de la vieja organización del trabajo y con ello de la vieja sociedad donde residen muchas de nuestras dificultades a la hora de encontrar propuestas adecuadas para el actual mundo del trabajo. Gracias amigos por pensar. Joaquim González Muntadas
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