El artículo de mi admirado Manel García Biel Catalanismo popular frente a nacionalismo excluyente me ha traído a colación algunas meditaciones que me vienen a la mollera cuando la tarde languidece y renacen las sombras. Se trata de la caminata que, desde sus orígenes hasta nuestros días, ha llevado a cabo ese partido ómnibus que es Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), fundado y liderado durante mucho tiempo por Jordi Pujol.
En sus primeros andares pretendió ser un partido socialdemócrata, cuyo referente (decían sus conspicuos dirigentes) era la socialdemocracia sueca. A decir verdad esta quería ser su “ideología”, sabedores –como siempre nos enseñó el historiador Josep Maria Fradera-- que el nacionalismo no es exactamente una ideología sino un sentimiento, pero también con la idea de interferir el protagonismo de la izquierda, bajo la influencia de los comunistas del PSUC y de los socialistas catalanes. Que el término “ideología” se haya degradado tanto hasta servir para un cosido o un barrido, ya es harina de otro costal. Llegó un momento (finales de la década de los setenta del siglo pasado) en que Jordi Pujol fue consciente de que no podía competir con la izquierda catalana y abandona el pexiglás socialdemocrático, poniendo en primer, mejor dicho, único plano una política sentimentalmente nacionalista.
Jordi Pujol se apoyó en el humus mesocrático siempre temeroso de una izquierda con fundamento, dirigida por López Raimundo y Antoni Gutiérrez Díaz, de un lado, y Joan Reventós y Raimon Obiols, de otro lado. Mientras tanto, Jordi Pujol consolidaba CDC –oh paradoja de las paradojas-- en un partido estructuralmente michelsiano en todas sus profundas articulaciones: de Lassalle, Kaustky e incluso Lenin. Es decir, la primera placa tectónica (el sedicente modelo socialdemócrata) se transforma en una segunda placa que es ya el nacionalismo cada vez más despojado de elementos “sociales”, aunque consolidando su ambición de partido ómnibus, atrapalotodo. Tan sólo le faltó, aunque hizo reiterados esfuerzos por conseguirlo, disponer de un sindicato que fuera su propia prótesis, aunque dispuso de un voto no despreciable del conjunto asalariado. Así las cosas, la gran operación de este partido ómnibus se tradujo en un contundente simbolismo: la identificación de la flora convergente con la patria catalana. El error de amplios sectores de la izquierda orgánica estribó en caer en competir en ese terreno.
El postpujolismo abre una nueva placa tectónica. El nuevo dirigente de CDC ya no es exactamente un nacionalista á la Pujol. Su conferencia en la London School of Economics (Londres, 2005) indica una insimulado acercamiento a los planteamientos neoliberales. Aunque sea secundario, vale la pena retener que el padre espiritual de todo ello no es otro que el eminente científico Andreu Mas-Colell y el equipo que dirige en la Universidad Pompeu Fabra. La reorientación de la política no puede prescindir del nacionalismo catalán, sencillamente porque CDC y el grupo dirigente siguen en la órbita de las diversas familias nacionalistas: desde la estridencia soberanista hasta, metafóricamente hablando, los moderados nacionalistas frigios. En todo caso, el nacionalismo ya no es la categoría principal sino simplemente la pegatina en la solapa para no infundir sospechas. Se abre, pues, la fase neoliberal. De ahí que la conformación del nuevo gobierno catalán, tras la derrota del tripartito, tenga un marcado carácter que está en consonancia con la nueva placa tectónica. Son ya neoliberales a fuer de (barnizadamente) nacionalistas. Para mayor plasticidad: Mont Pelerin es la billetera y Montserrat la pegatina.
En ese nuevo paradigma el actual Conseller de Sanitat puede decir que “la salud depende de cada cual”. Así, sin subterfugios. Esta es otra consecuencia de la distracción de la izquierda catalana. Este es el territorio en que se encuentra con pocos acompañamientos políticos un esforzado Joan Coscubiela.
En sus primeros andares pretendió ser un partido socialdemócrata, cuyo referente (decían sus conspicuos dirigentes) era la socialdemocracia sueca. A decir verdad esta quería ser su “ideología”, sabedores –como siempre nos enseñó el historiador Josep Maria Fradera-- que el nacionalismo no es exactamente una ideología sino un sentimiento, pero también con la idea de interferir el protagonismo de la izquierda, bajo la influencia de los comunistas del PSUC y de los socialistas catalanes. Que el término “ideología” se haya degradado tanto hasta servir para un cosido o un barrido, ya es harina de otro costal. Llegó un momento (finales de la década de los setenta del siglo pasado) en que Jordi Pujol fue consciente de que no podía competir con la izquierda catalana y abandona el pexiglás socialdemocrático, poniendo en primer, mejor dicho, único plano una política sentimentalmente nacionalista.
Jordi Pujol se apoyó en el humus mesocrático siempre temeroso de una izquierda con fundamento, dirigida por López Raimundo y Antoni Gutiérrez Díaz, de un lado, y Joan Reventós y Raimon Obiols, de otro lado. Mientras tanto, Jordi Pujol consolidaba CDC –oh paradoja de las paradojas-- en un partido estructuralmente michelsiano en todas sus profundas articulaciones: de Lassalle, Kaustky e incluso Lenin. Es decir, la primera placa tectónica (el sedicente modelo socialdemócrata) se transforma en una segunda placa que es ya el nacionalismo cada vez más despojado de elementos “sociales”, aunque consolidando su ambición de partido ómnibus, atrapalotodo. Tan sólo le faltó, aunque hizo reiterados esfuerzos por conseguirlo, disponer de un sindicato que fuera su propia prótesis, aunque dispuso de un voto no despreciable del conjunto asalariado. Así las cosas, la gran operación de este partido ómnibus se tradujo en un contundente simbolismo: la identificación de la flora convergente con la patria catalana. El error de amplios sectores de la izquierda orgánica estribó en caer en competir en ese terreno.
El postpujolismo abre una nueva placa tectónica. El nuevo dirigente de CDC ya no es exactamente un nacionalista á la Pujol. Su conferencia en la London School of Economics (Londres, 2005) indica una insimulado acercamiento a los planteamientos neoliberales. Aunque sea secundario, vale la pena retener que el padre espiritual de todo ello no es otro que el eminente científico Andreu Mas-Colell y el equipo que dirige en la Universidad Pompeu Fabra. La reorientación de la política no puede prescindir del nacionalismo catalán, sencillamente porque CDC y el grupo dirigente siguen en la órbita de las diversas familias nacionalistas: desde la estridencia soberanista hasta, metafóricamente hablando, los moderados nacionalistas frigios. En todo caso, el nacionalismo ya no es la categoría principal sino simplemente la pegatina en la solapa para no infundir sospechas. Se abre, pues, la fase neoliberal. De ahí que la conformación del nuevo gobierno catalán, tras la derrota del tripartito, tenga un marcado carácter que está en consonancia con la nueva placa tectónica. Son ya neoliberales a fuer de (barnizadamente) nacionalistas. Para mayor plasticidad: Mont Pelerin es la billetera y Montserrat la pegatina.
En ese nuevo paradigma el actual Conseller de Sanitat puede decir que “la salud depende de cada cual”. Así, sin subterfugios. Esta es otra consecuencia de la distracción de la izquierda catalana. Este es el territorio en que se encuentra con pocos acompañamientos políticos un esforzado Joan Coscubiela.
Radio Parapanda. NOTAS SOBRE EL RECONOCIMIENTO DEL DERECHO DE HUELGA EN EL PLANO TRANSNACIONAL. (docet Antonio Baylos)
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