[En la foto Simone Weil]
Decíamos ayer que el sindicalismo debe entrar en una nueva fase, concretamente en su directa intervención en todo el escenario de la organización del trabajo, que hoy sigue en las manos exclusivas de la dirección de la empresa. Vuelvo a las andadas con otra serie de reflexiones añadidas.
Primo Levi, en su relato La llave estrella, cuenta que el capataz Faussone llamaba a su martillo “el Ingeniero” porque consideraba que cada golpe hacía funcionar el trabajo. Lo que posiblemente nos quiere transmitir el autor es el orgullo del trabajador ante la faena bien hecha y, ¿por qué no?, el valor social del trabajo. Ahora bien, Faussone no era quién decidía la organización del trabajo; era –que me perdone Primo Levi-- un mandao. O sea, estaba a las órdenes del dador de trabajo y del ingeniero de carne y hueso. Eso sí, “sabía hacer” aquello que le ordenaban.
Pues bien, la importantísima historia del movimiento sindical se ha significado también por una división de funciones que no le ha reportado beneficios ni ventajas. A vuela pluma diré que han sido éstas: el partido político se reservaba todas las opciones de la política, incluida la guía de las mesnadas sindicales en clave de fiel infantería; al sindicato le quedaba sólo la cuestión salarial y algunas condiciones de trabajo; la organización empresarial era el ordeno y mando, y aunque cada conquista social (en las que intervino, no es cuestión de olvidarlo, la izquierda política) le iba limando las uñas. En todo caso, esa limpieza de uñas nunca afectó a la potestad de las potestades: decidir unilateralmente la organización del trabajo. Así lo sancionó, sin ir más lejos, el Estatuto de los Trabajadores en España, y de esa manera quedó porque la negociación colectiva –salvo muy honrosas e importantes salvedades— se distrajo en ese capítulo.
El sindicalismo español, de manera fatigosa, ha conseguido, aunque de manera desigual, una muy visible independencia y autonomía frente a los partidos políticos. Pero, mientras la empresa siga detentando el poder unilateral de la organización del trabajo, habrá que convenir –dicho sin protocolo alguno y en aras a la lógica— que la autonomía sindical está parcialmente interferida por esos poderes empresariales. Ahora bien, yo pienso que gradualmente el sindicalismo puede avanzar en su autonomía. ¿Por qué lo digo? Pues porque …
… hoy tiene, más que nunca, instrumentos para ello. Y, sobre todo, porque cuenta con el mayor conocimiento de toda su historia. Ese conocimiento es ya “un bien público general”, tal como le gusta decir al viejo amigo Luciano Gallino. No sólo entre los sindicalistas sino en el conjunto de los asalariados. Lo que falta, pues, es la decisión de situar el escenario de la organización del trabajo en el centro de la negociación colectiva y una presión sostenida por el derecho a la codeterminación: la fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. A mi juicio, la codeterminación es el derecho más importante a conseguir en el centro de trabajo. Para ello, lógicamente, se precisa una reforma de algunos artículos del Estatuto de los Trabajadores. Mientras tanto, debería ser el centro de todas las plataformas reivindicativas.
No será pan comido, cierto. Pero ¿cuándo las cosas nos fueron fáciles? Habrá una fuerte resistencia empresarial, por supuesto. Pero ¿cuándo abandonaron Numancia? Así pues, la presión sostenida por intervenir en el polinomio de la organización del trabajo, aquí y ahora, es el gran caballo de batalla en el centro de trabajo. Tanto por lo que decíamos el otro día con relación a la salud como por gobernar la flexibilidad negociada, entendida esta como fuente de autorrealización y no como expresión de una patología que se disfraza de credo teológico para no infundir sospechas. Téngase en cuenta, además, que la flexibilidad ya no es un método contingente sino de largo recorrido; ya no es algo puntual sino, como decimos, de largo recorrido. Por eso, también, se precisa la codeterminación como instrumento inmanente de la acción colectiva. Debo decir que no me estoy refiriendo sólo al escenario industrial sino a todos, incluidos los servicios y las administraciones públicas.
En resumidas cuentas, lo que se propone es sencillamente que el sindicalismo confederal entre en una nueva fase, caracterizada por nuevos espacios de poder y libertad. Es para decirlo con Simone Weil una “utopía concreta”. Como en su tiempo representó la libertad de asociación y el derecho de huelga: aquellas altas torres que negaban estos dos poderes cayeron en su día.
Radio Parapanda. El Orfeón Paco Puerto de Prapanda canta los Coros de Ernani (Verdi) Verdi-Ernani-Si rideste il Leon di Castiglia Ensayo general para la interpretación de esa pieza en el Primero de Mayo.
Primo Levi, en su relato La llave estrella, cuenta que el capataz Faussone llamaba a su martillo “el Ingeniero” porque consideraba que cada golpe hacía funcionar el trabajo. Lo que posiblemente nos quiere transmitir el autor es el orgullo del trabajador ante la faena bien hecha y, ¿por qué no?, el valor social del trabajo. Ahora bien, Faussone no era quién decidía la organización del trabajo; era –que me perdone Primo Levi-- un mandao. O sea, estaba a las órdenes del dador de trabajo y del ingeniero de carne y hueso. Eso sí, “sabía hacer” aquello que le ordenaban.
Pues bien, la importantísima historia del movimiento sindical se ha significado también por una división de funciones que no le ha reportado beneficios ni ventajas. A vuela pluma diré que han sido éstas: el partido político se reservaba todas las opciones de la política, incluida la guía de las mesnadas sindicales en clave de fiel infantería; al sindicato le quedaba sólo la cuestión salarial y algunas condiciones de trabajo; la organización empresarial era el ordeno y mando, y aunque cada conquista social (en las que intervino, no es cuestión de olvidarlo, la izquierda política) le iba limando las uñas. En todo caso, esa limpieza de uñas nunca afectó a la potestad de las potestades: decidir unilateralmente la organización del trabajo. Así lo sancionó, sin ir más lejos, el Estatuto de los Trabajadores en España, y de esa manera quedó porque la negociación colectiva –salvo muy honrosas e importantes salvedades— se distrajo en ese capítulo.
El sindicalismo español, de manera fatigosa, ha conseguido, aunque de manera desigual, una muy visible independencia y autonomía frente a los partidos políticos. Pero, mientras la empresa siga detentando el poder unilateral de la organización del trabajo, habrá que convenir –dicho sin protocolo alguno y en aras a la lógica— que la autonomía sindical está parcialmente interferida por esos poderes empresariales. Ahora bien, yo pienso que gradualmente el sindicalismo puede avanzar en su autonomía. ¿Por qué lo digo? Pues porque …
… hoy tiene, más que nunca, instrumentos para ello. Y, sobre todo, porque cuenta con el mayor conocimiento de toda su historia. Ese conocimiento es ya “un bien público general”, tal como le gusta decir al viejo amigo Luciano Gallino. No sólo entre los sindicalistas sino en el conjunto de los asalariados. Lo que falta, pues, es la decisión de situar el escenario de la organización del trabajo en el centro de la negociación colectiva y una presión sostenida por el derecho a la codeterminación: la fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. A mi juicio, la codeterminación es el derecho más importante a conseguir en el centro de trabajo. Para ello, lógicamente, se precisa una reforma de algunos artículos del Estatuto de los Trabajadores. Mientras tanto, debería ser el centro de todas las plataformas reivindicativas.
No será pan comido, cierto. Pero ¿cuándo las cosas nos fueron fáciles? Habrá una fuerte resistencia empresarial, por supuesto. Pero ¿cuándo abandonaron Numancia? Así pues, la presión sostenida por intervenir en el polinomio de la organización del trabajo, aquí y ahora, es el gran caballo de batalla en el centro de trabajo. Tanto por lo que decíamos el otro día con relación a la salud como por gobernar la flexibilidad negociada, entendida esta como fuente de autorrealización y no como expresión de una patología que se disfraza de credo teológico para no infundir sospechas. Téngase en cuenta, además, que la flexibilidad ya no es un método contingente sino de largo recorrido; ya no es algo puntual sino, como decimos, de largo recorrido. Por eso, también, se precisa la codeterminación como instrumento inmanente de la acción colectiva. Debo decir que no me estoy refiriendo sólo al escenario industrial sino a todos, incluidos los servicios y las administraciones públicas.
En resumidas cuentas, lo que se propone es sencillamente que el sindicalismo confederal entre en una nueva fase, caracterizada por nuevos espacios de poder y libertad. Es para decirlo con Simone Weil una “utopía concreta”. Como en su tiempo representó la libertad de asociación y el derecho de huelga: aquellas altas torres que negaban estos dos poderes cayeron en su día.
Radio Parapanda. El Orfeón Paco Puerto de Prapanda canta los Coros de Ernani (Verdi) Verdi-Ernani-Si rideste il Leon di Castiglia Ensayo general para la interpretación de esa pieza en el Primero de Mayo.
Totalmente de acuerdo. Pero para conseguirlo hay que reforzar, en algunos casos conquistar, el "poder sindical" en las pequeñas y medianas empresas, así como en algunos sectores de las nuevas industrias (p.e.: sector tecnológico y medioambiental)y servicios, que están abandonados de la mano de dios.
ResponderEliminarPregunto: ¿Para lograr estos objetivos no debemos revisar nuestra actual estructura organizativa? Es una pregunta retórica porque yo digo que sí.
Para ir hacia donde tu dices, tenemos que cambiar de modelo a la hora de abordar ciertas negociaciones.
ResponderEliminarVoy a decir algo muy atrevido y se que me lo van a recriminar, pero el modelo de las RPTs hay que empezar a abandonarlo.
Una de las claves es decidir que el centro neurálgico ya no es el lugar de trabajo, sino la persona. Eso tiene unas consecuencias en materia de negociación, importantes.
Por lo que los puntos claves serán la carrera profesional, la formación, la gestión del tiempo de trabajo, la conciliación, para que todos los trabajadores y trabajadoras, tengan un recorrido en la organización que garantice la satisfacción laboral y la proyección profesional en garantías de equidad.
La satisfacción laboral se suele medir por comparación, por lo que introducir la equidad en los procesos de organización del trabajo, es un factor, que sin duda, es determinante en la eficacia y eficiencia organizativa.