El otro día publicamos en esta bitácora la relación de Manolo Escobar con Comisiones Obreras de Cataluña. Ha
habido una sorpresa general, porque casi nadie estaba al tanto del asunto.
Comoquiera que estas microhistorias no aparecen en los libros reproduzco la
entradilla que hice el 25 de junio de
2017. Luis Aguilé, el famoso cantante de la canción ligera, se jugó la piel cuando la
detención de los compañeros de la dirección de CC.OO. en lo que se llamó el
Proceso 1011.
Lean, lean.
Ayer hizo la friolera de cuarenta y cinco años (45) de la detención de la
dirección de Comisiones Obreras (la Coordinadora General) con Marcelino Camacho a la cabeza. Sin duda fue una de
las caídas más famosas en la lucha antifranquista. A los detenidos les
llamamos Los Diez de
Carabanchel. Los
delegados catalanes nos escapamos por los pelos. Éramos Cipriano García, padre fundador de Comisiones Obreras, Armando Varo, dirigente de los trabajadores de Seat
y un servidor.
Los antecedentes. El objetivo
de aquella reunión era debatir un documento, Por la unidad del
movimiento sindical, que previamente teníamos los delegados. De hecho
había sido publicado legalmente, semanas antes, en Cuadernos para el Diálogo con
los eufemismos convenientes para burlar la censura. Lo firmaba N.S.A., que
correspondía a Nicolás
Sartorius Alvárez. Previamente
nosotros, los catalanes, habíamos celebrado un importante encuentro de la CONC
para llevar una opinión colectiva. Teníamos un matiz no irrelevante: nos
parecía que, siendo justa la idea de discutir con UGT y USO la unidad del
sindicalismo, no situaba con fuerza el papel de los trabajadores en los centros
de trabajo y, muy en especial, el de sus representantes, los entonces enlaces
sindicales y jurados de empresa. Esta era la novedad que queríamos aportar a la
discusión. En los archivos de la CONC se encuentra un documento que elaboramos,
que sirvió de base para nuestro debate.
Hicimos el viaje a Madrid en tren. Recuerdo que, asomados a la ventanilla,
Cipriano señalaba las estrellas del firmamento y me decía sus nombres.
Rememoraba naturalmente sus tiempos cuando, siendo niño, hacía de pastor en los
campos de Ciudad Real.
Llegada a Madrid.
Cipriano conocía el lugar de la reunión: el convento de los Padres Oblatos,
cerca de Pozuelo de Alarcón. Subimos al autobús. Vimos que el convento estaba
tomado por los grises, la policía armada. Por lo que no nos bajamos
y seguimos hasta el pueblo. La plaza estaba tomada también. Oímos a unos
albañiles que comentaban que aquello se trataba de una redada para detener a
unos traficantes de droga. Así es que, a la primera de cambio, tomamos el
autobús rumbo a Madrid.
Nos dirigimos a casa del cuñado de Tranquilino Sánchez, dirigente de la Construcción. Creo recordar que se llamaba Sastrón y había estado en la cárcel de Burgos con Cipriano. Se presentó
Tranqui y nos informó que Josefina
Samper conocía ya la detención de su
marido. Comimos. Sastrón nos llevó en su furgoneta a Guadalajara pues no era
indicado que fuéramos a Atocha. Y vuelta a casa. Como Cipri conocía al dedillo
todos los trenes regresamos a Barcelona dando más vueltas que un ventilador.
Hicimos no sé cuántos trasbordos. En definitiva, burlamos a la policía.
Más tarde supinos que Vicente
Llamazares, un
destacado sindicalista de Artes Gráficas de Madrid, imprimía decenas de miles
de octavillas (con Juana Muñoz
Liceras) en el despacho de Luis Aguilé,
denunciando las detenciones. Luís Aguilé se hizo
el longuis cuando vio lo que se estaba cocinando en su casa. Siempre se lo
agradecí. Aguilé nunca presumió de ello.
Fue hace cuarenta y cinco años. El resto de la historia es suficientemente
conocido.
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