No
me interesan las andanzas sentimentales del rey emérito. Pero sí me importa el
carácter de sus finanzas. Esto es, su legalidad y transparencia. Los dineros de
don Juan Carlos siempre
estuvieron en coplas. La herencia de su padre, el Conde de Barcelona; sus
relaciones antiguas con aquel Colón
de Carvajal y los negocios con mandatarios de Oriente Medio siempre
fueron pasto de comentarios, en un principio en la prensa extranjera y,
posteriormente, en algunos rotativos nacionales. El entonces monarca siempre
fue vulnerable en ese terreno crematístico.
La
difusión de las grabaciones de una larga conversación entre la llamada princesa
Corinna, Juan Villalonga, antiguo
presidente de Telefónica y el comisario Villarejo, han vuelto a poner de actualidad la vida y milagros
de las finanzas de don Juan Carlos. Que si tuvo y tiene dineros en Suizo, que
si se acogió a la amnistía fiscal, que si cobró comisiones por negocios en el
extranjero. Eso es lo que vuelve a estar en coplas. O sea, llueve sobre mojado.
La
reacción de algunas fuerzas políticas fue la petición de una investigación
sobre el particular. El PSOE, el PP y Ciudadanos se opusieron frontalmente.
Comoquiera que la escandalera no amainaba la solución que se arbitró fue la comparecencia
del director del Centro Nacional de Inteligencia en la Comisión parlamentaria
de Secretos Oficiales. Chocante: lo que era público se trataba secretamente. El
director tenía la misión de explicar las aventuras de la tal Corinna. Una mala
decisión: lo que medio sabe la opinión pública es tratado, como el sepulcro del
Cid, con siete llaves.
El
razonamiento más elemental es el siguiente: si no hay nada de nada, si los
negocios del rey eméritos están tan limpios como una patena ¿qué miedo hay a
que se haga la investigación y, por qué el sucedáneo de la Comisión de Secretos
Oficiales? La cosa no cuadra. Queriendo salvar la (presunta) mauvaise reputation del Emérito se le
cubre de inmundicia. Más todavía, intentando salvaguardar a la Corona, quien
parece más quebrantado es el sexto Felipe.
Los
escribas sentados del padre y del hijo guardan silencio.
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