Alberto Garzón lo ha dicho al revés
Advertencia: disculpen esta involuntaria exhibición de de mayúsculas. Es cosa de este ordenador que es un cabezota y se resiste a corregirse.
"Las elecciones nos mandan un mensaje: hay que
reconstruir IU", ha declarado Alberto Garzón tras el resultado de las
recientes elecciones (1). A mi juicio se
trata de una inversión –o una confusión--
de planos. Antes de entrar en harina quiero decir que deseo lo mejor
para Izquierda Unida, algo que sólo depende de ella.
Entiendo que el electorado no ha enviado mensaje alguno a
IU para que se reconstruya, aunque comprendo que lo que acabo de decir hiera la
sensibilidad de sus militantes y simpatizantes, de sus dirigentes periféricos y
centrales. Pero a las amistades, aunque sean lejanas, hay que decirles las
cosas con claridad y, por supuesto, cortesía. El electorado ha enviado un
mensaje entrelazado: que se limpie la pocilga de la corrupción; una enérgica
protesta por las medidas económicas y políticas que ha liderado el Partido
Popular y llevadas a cabo por su Gobierno; la regeneración de la vida política
y de las instituciones. Cierto, habrá que convenir que en todo ello se ha
basado la biografía, pasada y reciente, de Izquierda Unida. Y que su compromiso
en ello ha sido tesonero. Pero, dicho lo cual, hay que añadir que el electorado
no ha valorado, por unas u otras razones, esa biografía y ese tesón.
Es, por tanto, al revés de lo que dice Alberto Garzón. Es
Izquierda Unida quien debe mandar «el
mensaje» a los electores. No se trata de un travieso juego de conceptos, sino saber
quién manda los mensajes y qué naturaleza tienen éstos. En caso contrario no
habría ni siquiera una áspera travesía del desierto, pues otro batacazo la
llevaría a la definitiva desaparición política, y otros ocuparían –de hecho ya
está pasando-- su particular espacio. El
problema, además, es que no parece que IU esté en condiciones de lanzar el «mensaje»: lo impiden las graves
acusaciones entre sus dirigentes acerca de quiénes son los responsables, de un
lado, y el tosco academicismo del debate interno –o movimientismo o partido convencional--, de otro lado, se han
convertido en las metáforas desafinadas de su, todavía, impotencia. Una
impotencia que la puede llevar a formar parte de la gloriosa cofradía de los
últimos mohicanos.
Izquierda Unida se encuentra, a mi entender ante esta
tesitura: o se realquila en unas u otras agrupaciones para los procesos
electorales o mantiene su actual personalidad. Si se realquila corre el riesgo
de difuminarse gradualmente de la misma manera que el PCE, realquilado en IU, está
ausente en el debate público; si, por el contrario, opta por mantenerse como
sujeto político autónomo necesita algo más que una mano de pintura.
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