El
joven dirigente se subió al carromato en olor de corrupción; el ya menos joven
se ha bajado de la tartana también en olor de estercolero. Capicúa, una vida
política capicúa. (Esta, capicúa, es una palabra que la lengua castellana debe
al catalán: cap i cua, cabeza y
cola). El joven dirigente llegó a la cumbre de su partido sin experiencia práctica,
sin la adecuada formación intelectual y con una sospechosa titulación
académica. Sus tablas fueron solo los
dicharachos en los platós televisivos y los cortes de mangas verbales a sus
contrincantes de tertulianaje. Hasta los últimos mohicanos saben que me estoy
refiriendo a Pablo Casado,
que fue hasta hace horas primer espada del Partido Popular.
Según
la gran mayoría de comentaristas de babor y estribor la caída de Casado ha sido
algo así como una «conjura de traidores». No digo que no. Pero hay algo más
concreto. Dicha conjura, según otros comentaristas, ha tenido ribetes shakesperianos.
Vendrán, posiblemente, quienes le den un tono más doméstico acorde con el
macizo de la raza, aludiendo a la operación de Bellido Dolfos, hijo de Dolfos
Bellido allá en el cerco de Zamora. No digo que no. Pero hay algo más concreto
y, en mi modesta opinión, substancialmente diversa de los comentarios de esos
analistas.
Esta
es mi teoría: no ha habido «traición» de nadie del Partido Popular con relación
a su jefe. No hubo nadie que se llamara Audax, Ditalcos y Minuros, los que
asesinaron a Viriato, pastor lusitano. Todos aquellos que han provocado,
directa o indirectamente, la defenestración
de Praga, digo de Génova, lo han hecho en clave de autodefensa y, por ende, en defensa
del PP. ¿Por qué? Porque a Casado le llegó un panel de rica miel en forma de memorial
de las trapacerías del hermano de su compañera de partido y, sin embargo, tenaz
adversaria, la señora Ayuso.
(Si hubiera sido otra persona dicho expediente ni siquiera hubiera llegado a
manos de Casado, entiendo yo). Por fin el caballero Casado se vio citado como
aquel «Helo, helo, por do viene / el infante vengador». Por fin tenía el ya
menos joven Casado un papel para meterle un puro a la montaraz Ayuso. Insisto:
si hubiera sido otra persona, hubiera mirado para otra parte. Pero, tratándose
de su adversaria, intenta borrarla del mapa. Es aquí, en ese aspecto, cuando la
amplia y confusa dirigencia del PP siente que se abre un precedente y se abre
el camino –no a la traición-- a la
autodefensa de cada cual. Es, eso sí, la conjura por la salvación de cada uno,
por la defensa de su propia corrupción o
corruptela, por su propio momio o tarugo.
Es
sólo una teoría, no una especulación. Mientras tanto, miro a lo lejos de la
Vega, más allá de Fuentevaqueros, y recito para mi coleto: «En la mitad del
barranco / las navajas de Albacete…»
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